Alternativas

03/11/2020

Por Sergio Dellepiane – docente

Nadie puede, en su sano juicio, dudar acerca de la complejidad por la que atravesamos como país respecto a la economía nacional.

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Nos encontramos transitando un camino con la sensación de un choque inminente. Quienes nos asumimos pasajeros, al mirar por las ventanillas del transporte reconocemos la vía, transitada tantas veces, sabemos queno conduce a ninguna parte, nos retrotrae en el tiempo a revivir malos recuerdos de experiencias pasadas pero con la sensación de estar viajando a una velocidad inadecuada.

El problema se agrava al ver que quienes nos conducen han perdido credibilidad, no sólo de los viajeros sino además de aquellos que alguna vez pretendieron acompañarnos en este derrotero, hoy se muestran esquivos y reticentes para sumarse al desafío del momento.

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La crudeza de la situación, el abismo y/o el salto al vacío nos paraliza porque conocemos lo inevitable del porvenir. Lo que estamos haciendo resulta insostenible en el tiempo.

Un país pobre no tiene capacidad de ahorro. Sin ella no puede haber inversión. Sin ésta no puede originarse y menos sostenerse una dinámica productiva. Sin productividad (plusvalía) no se puede generar riqueza. Sin riqueza sólo se distribuyen migajas. La pobreza y su compañera, la marginalidad, devienen en estructurales. El transcurso del tiempo solo magnifica lo evidente.

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Se manifiesta inequívoca la necesidad de cambiar.

Si el problema es de oferta y no de demanda, necesitamos atraer inversión productiva para incrementar la oferta de productos, ahuyentando el fantasma del desabastecimiento.

Juridicidad.

Si el problema es de seguridad jurídica, deberíamos acordar reglas claras que salvo excepciones riesgo inminente, resulten inmodificables por, al menos, 20 o 30 años, para brindar previsibilidad.

Si el problema está en la informalidad laboral y en el desempleo registrado elevado, podríamos intentar reducir sustancialmente primero y animarnos a suprimir después, las cargas laborales sobre quienes asignen y/o consigan su primer empleo; o incrementen la nómina de trabajadores registrados sustancialmente.

Si el problema es de educación, incluyendo la capacitación laboral; o seguimos gastando en ignorancia o invertimos en condiciones dignas para el aprendizaje continuo y permanente, que promueva la inserción laboral y reasegure la reinserción con herramientas adaptadas a las nuevas exigencias.

Si el problema es la deuda externa, sólo tenemos que aprender a convivir con ella como un mal necesario ya que con las magnitudes adquiridas y las últimas condiciones  pactadas, resulta decididamente impagable para un país como el nuestro.

Si el problema es la pobreza podríamos aceptar que referirnos todos los días a ella no la resuelve. Tampoco lo hace intentar hacerle frente con pobristas, hambrólogos y expertos en políticas sociales que sólo ofrecen ideas magistrales de difícil utilidad práctica y costosísima implementación. Todo de dudosa efectividad.

Si el problema está en el valor relativo de la moneda y en su poder adquisitivo, tenemos la obligación de recrear la confianza en ella. Porque es nuestra y porque sin moneda no hay República.

La Ciencia Económica permite distinguir tres tiempos para la confianza.

Confianza.

Una es la confianza del corto plazo. Se refleja en el modo que empleamos nuestro propio dinero. Conflictos o crisis económicas siempre aparecerán en el horizonte. No resultan relevantes, duran poco tiempo pero afectan la volatilidad con la que tomamos nuestras decisiones.

Le sigue la confianza de mediano plazo. Se visualiza por el modo en el cual transformamos nuestros ahorros. ¿Inversión productiva, inmobiliaria, especulativa o financiera? En esta etapa los conflictos provocan grandes, cuando no graves, crisis estructurales. Nuestro presente es claro ejemplo del tránsito por esta fase. Solucionar los inconvenientes generados por falta de confianza, requiere tiempo, esfuerzo y no está exenta de sacrificios individuales y colectivos.

Por último aparece la confianza de largo plazo. Es la que nos lleva a decidir el desarrollo de nuestro propio ser. Se presenta cuando intentamos proyectar el futuro de quienes nos suceden. Las turbulencias del presente influyen sobre lo que pretendemos decidir. El replanteo de futuro, en esta instancia, se aparece como el más complicado para toda la sociedad.

Cuando un número importante de ciudadanos piensa en emigrar por las razones que sean, la condena ya no versa sobre nuestro decadente presente sino acerca de nuestro futuro como comunidad. Que este dilema se haya manifestado, presagia lo difícil que será intentar la necesaria recuperación que anhelamos.

Debemos modificar hábitos enquistados tanto en gobernantes como en gobernados. Reconocer que el esfuerzo no es sacrificio, pero es la única alternativa válida para mejorar la situación presente.

Lo relevante pasa por aportar previsibilidad, construir un horizonte común y anclar expectativas, de forma que todos podamos tomar decisiones en un contexto de declinante incertidumbre, bajo el único y mismo paraguas para todos. El de la Constitución Nacional vigente.

La salida a cualquier crisis exige “per se” institucionalidad, diálogo y consenso que regenere la confianza perdida, en cada uno de nosotros cuanto individuos y entre todos, como comunidad.

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