Bordet, la teoría del todo y la Banda de Moebius
14/09/2020

Por Gustavo Sánchez Romero – Editor de Dos Florines
Este domingo, como un lúcido editorialista, rol que tanto extrañamos en Entre Ríos, el gobernador Gustavo Bordet dejó una serie de definiciones políticas certeras y descripciones acerca de una debatida y compleja realidad argentina sobre de la distribución (inequitativa y antigua) de la Coparticipación Federal de Impuestos en la Argentina.

Todo indica que lo hizo para reforzar su posición de la semana cuando firmó un documento junto a todos los gobernadores peronistas (excepto el cordobés Schiaretti) refutando la enérgica reacción de la oposición ante la decisión de podar los fondos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para salir en auxilio de Cristina Kirchner, principal víctima de la crisis de la Policía Bonaerense, aunque no la única, que pudo ser truncada a tiempo pero sin que aún sepamos cuáles serán sus secuelas.
Bordet elige mirar el problema desde una visión de “país federal” y apela a un concepto de integralidad, y propone un debate mirando “el todo”, entendiendo -con todo respeto por interpretarlo- que presenta al todo como algo mucho más valorativo que la suma de las partes. Un nuevo estadio donde estas partes conviven en una nueva y diferente dinámica y buscan juntas un sentido específico.

Quizá convenga decir que lo que está sucediendo es, quizá, todo lo contrario.
No asistimos al concepto superador de parte de la política argentina y sus dirigentes centrales de aproximación al “todo”; sino más bien el Gobernador propone un debate a partir de una sinécdoque, esa figura semántica que permite tomar una parte por el todo. Todos lo recordaremos de las clases de literatura de la escuela secundaria. Este recurso fue muy usado en los debates del Ágora entre los sofistas.

Con esto entendemos que no hay en la decisión de Alberto Fernández sobre los ingresos de Horacio Rodríguez Larreta variables técnicas ni económicas. Tampoco históricas, institucionales o reivindicativas del orden jurídica. Solo una: política.
Es la política…
El estallido de la rebelión policial en Buenos Aires fue un inesperado -aunque algunos dicen haberlo vaticinado- golpe al mentón del Kirchnerismo. Sucede en el tercer cordón del Conubarno; territorio natural de La Cámpora, brazo político territorial manejado por Máximo Kircher, nada menos. Afecta también al ministro de Seguridad, Sergio Berni, hombre clave del riñón de Cristina desde hace más de tres décadas y que comenzaba a crecer en las encuestas y podría actuar como una colectora por centroderecha del kirchnerismo; para el beneplácito de muchos intendentes y miembros del Gobierno nacional su salida sucedería más temprano que tarde.
Finalmente, el gobernador Axel Kicillof es también una víctima directa del conflicto uniformado en un contexto donde es cuestionado desde distintos flancos y múltiples aspectos.
El kirchnerismo fue interpelado en una solo acto gremial -si es que se permite la expresión- y el presidente debió salir rápidamente a destrabar el conflicto ante la impericia de un gobierno provincial que parecía paralizado ante demandas anárquicas y caóticas de una fuerza que se sintió subestimada.
El presidente Fernández no tomó una decisión que dinamita los puentes con la oposición en virtud de la institucionalidad, el federalismo o la equidad distributiva en la distribución de los impuestos nacionales, como desovilla Bordet en su artículo de este domingo.
Simple y llanamente cubrió las espaldas de Cristina Kirchner. Nadie puede ostentar liderazgo sino puede gobernar el Conurbano y ella necesita mostrar que sigue mandando, que su gobierno provincia está sólido y, especialmente, que sigue siendo la líder de un partido al que disciplina con un chasquido de dedos, caiga quien caiga.
CFK lo había dejado trascender en varios discursos cuando hablaba de su encono con los ricos de Buenos Aires, ciudad. Ahora llegó el momento de ejecutar el plan y lo hizo, ante la supina necesidad de fondos de un gobierno que a fin de año habrá impreso tres billones de pesos para pailar los gastos de la pandemia y la cuarentena y llevará el déficit fiscal a un récord nacional.
Y Ello lo hizo porque tiene en claro una cosa: el poder no se detenta, se ejerce.
En el dato que el presidente nunca avanzó en el Albertismo se puede encontrar una huella del acuerdo que llegó hace más de un año con CFK cuando aceptó su candidatura. Cristina quiere continuar la herencia familiar en el poder y el actual presidente no estaría cumpliendo más que el papel de albaceas, el funcionario que le cuida el poder a su hijo hasta que el actual diputado nacional reacondicione su imagen, mucho más trabajada en los últimos años, por cierto, y esté en condiciones de salir a la palestra a seducir a la clase media para lograr su voto. Hoy parece una quimera en medio de un gobierno que se radicaliza.
Durante los ocho años de Daniel Scioli como gobernador de Buenos Aires, a quien consideraba un tibio pero que medía bien en las encuestas en varias franjas del electorado, el Ejecutivo nunca osó mejorar las condiciones de distribución de la coparticipación hacia el principal distrito nacional, históricamente relegada luego de la pérdida de 8 puntos en la década del ’80.
Tampoco se mejoró el Fondo de Reparación Histórica del Conurbano. Es que aumentar el poder a Daniel Scioli podía representar un reflejo no deseado de la experiencia de Néstor Kirchner con Eduardo Duhalde.
Cristina parecía disfrutar la extensa caminata del gobernador bonaerense debía hacer más que a menudo desde La Plata hasta Balcarce 50 para mendigar fondos que le permitan cubrir los salarios complementarios en julio y diciembre. Esa humillación la veíamos en vivo y en directo por todos los canales. El ahora embajador en Brasil nunca tuvo una crítica o mensaje disonante hacia la jefa.
Tampoco hubo expresiones públicas de esta decisión en los nueve meses que van de gobierno de Alberto Fernández, aunque digan que lo conversaron en enero.
No se abrieron públicamente argumentos técnicos o económicos sobre la Coparticipación. Fue una clara decisión política a favor de la supervivencia política de CKF, lo que por estos días es lo mismo que decir que fue un zarpazo al tapial del vecino por propia supervivencia de los gobernadores. Quizá no sea el tiempo. Si algo maneja el peronismo en relación al poder es la capacidad de ubicar la velocidad en los cuadrantes tiempos y espacio.
Pero estos mismos que apoyaron el documento político de la semana pasada la decisión, exceptuando dos, tuvieron a principio de 2019 otra perspectiva y militaron otra opción.
Si no fuera porque Roberto Lavagna se emperró en ser el candidato presidencial del consenso -concepto que no parece estar en el diccionario de la vicepresidenta- desde las provincias hubiesen avanzado en una opción federal que termine arrastrando al kirchnerismo que no cuenta -más/menos- con más del 20 % del voto pétreo.
Cristina les hizo una “Doble Nelson” con la candidatura de Alberto Fernández y todos se realinearon sin decir esta boca es mía. Había nacido una nueva unidad que llevaría al peronismo otra vez al Gobierno ante el desencanto general por el fracaso de las políticas de Macri.
Esta unidad es tan insustancial como la que se dio en Entre Ríos, que fue presentada como pionera para volver al poder.
En Entre Ríos.
A comienzos de 2019 Gustavo Bordet caminaba la provincia con relativa tranquilidad. Su relación con el gobierno macrista no era mala, su principal oponente en la interna peronista -Adán Balh- se bajaba de la interna por la había trabajado mucho y se había posicionado muy alto, inclusive por encima del gobernador, aseguran algunos, y las encuestas ubicaban al concordiense en niveles que le brindarían la reelección sin despeinarse.
Estaba dispuesto a acudir a las urnas con tropa propia -luego de desarticular la estructura que dejó el urribarrismo a pesar que Mauro fue clave en el armado provincial- y evitaría cualquier acuerdo con el kirchnerismo vernáculo que no había dejado de acosarlo desde las redes sociales o los tapiales poniendo en su duda su identidad.
Macri igual Bordet, podía leerse en cualquier cartel o contenedores de basura. Los militantes K buscaban horadar su imagen, y Bordet estaba dispuesto a hacer tronar el escarmiento.
Pero si bien el gobernador ganaba con tranquilidad una contienda electoral anodina, aun cuando un deshilachado kirchnerismo impusiera una lista, en muchos municipios la victoria estaba en discusión si iban separados.
Comunas como Gualeguaychú, Victoria, Gualeguay, Villaguay y otras más corrían riesgo si el peronismo presentaba dos boletas. La presión de los intendentes terminó doblando la muñeca de Gustavo Bordet que presentó la alianza como una fortaleza; pero en rigor la relación es hostil con todos, y Blanca Osuna lo azuza toda vez que puede.
De hecho el intendente de Paraná Adán Balh no cedió “a las presiones” implacables del kirchnerismo y desistió de cualquier alianza en su gestión.
Alberto Fernández y Sergio Massa llegaron a Entre Ríos con la consigna de la unidad y la presentaron como la primera del país. Roberto Lavagna decidió salir del juego y su intento terminó siendo no mucho más que un acting distractivo que favoreció los tiempos y estrategias del CFK. CFK los terminó convenciendo que sin ella no podían. Con el tiempo recordarían que con ella, tampoco. Esta disyuntiva arrastra a Alberto Fernández a un gobierno de crispación, conflictos y desencuentros. Bastante lejos de la consigna de los primeros meses.
Hoy el Gobierno nacional abandonó cualquier agenda propia y la vicepresidenta impone a unos y otros un decálogo de preocupaciones sectoriales, muy lejos de la crisis que generó el gobierno de Macri y la catástrofe de la pandemia.
Sin mostrar sensibilidad alguna por los más de 10 mil muertos por Covid-19, sin acercarse un tranco de pollo a la angustia de millones de argentinos, el esquema pasa por la reforma judicial, el recambio en la Corte Suprema, el impuesto a las grandes fortunas, el desgaste del gobierno de la Ciudad Autónoma, las consideraciones sobre los medios de comunicación o, como en este caso, evitar cualquier rasguño al tridente Máximo-Kicillof-Berni, con quienes aspira a retener el poder más allá del tiempo de Alberto, su albaceas.
Definiciones.
La pregunta, entonces, es porqué el gobernador Gustavo Bordet sobreactúa. Es entendible una solicitada con todos los gobernadores en un acto donde no hay margen para la rebeldía. Pero motivar un debate acerca de la coparticipación donde afirma que “somos un país federal, donde hay distintas extensiones territoriales, y cada lugar tiene sus complejidades. La calidad de vida no es la misma en una zona que en otra. Entonces hay que ver la Argentina como un todo, que es lo que hace el presidente Alberto Fernández: interpretar lo que ocurre en todo el territorio del país, en los 24 distritos”.
En este caso, los 24 distritos deberían reclamar este puntito que se le quita a CABA y distribuirlos en forma extendida, ya que cuando Macri favoreció a la ciudad no le quitó a Buenos Aires para ser discrecional con Rodríguez Larreta, sino que perjudicó a todos las provincias.
Y aun cuando los argumentos teóricos e históricos vengan en ayuda del texto del Gobernador, aun cuando la razón lo asista al dejar inferir que se trata de un cambio de decreto de Mauricio Macri discrecional a favor de CABA por otro discrecional a favor de Axel, está claro que esto no hubiese sucedido sin la asonada policial no hubiera hecho tambalear las raíces mismas del kirchnerismo.
Qué lleva al Gobernador a ubicarse tan meridianamente en sintonía con una filosofía tan lejana a su estilo prudente, austero e institucional cuando nadie parece haberlo pedido. Porqué se cuelga del alambrado para gritar un gol en un partido donde no juega su equipo.
Gustavo Bordet -y Atilio Benedetti en la oposición, por cierto- le dan dado a la provincia una nueva institucionalidad, y aun en los conflictos, como pasó con la reciente ley de Emergencia Solidaria, las diferencias buscan los andariveles del debate maduro y el consenso.
Poco tiene que ver esta provincia en los últimos años con la crispación permanente, el ataque a los medios de comunicación, la corrupción sistematizada, la presión sobre la Justicia y la búsqueda de un enemigo permanente; disvalores que definen la historia política del kirchnerismo.
Todos los argumentos de Bordet acerca de los indicadores de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, de las asimetrías entre CABA y cualquier ciudad del interior o de las obligaciones, como las jubilaciones, que tienen algunos distritos y otros no, son absolutamente legítimas, contundentes y esenciales. Pero son extemporáneas. Porque no fueron por ellas que Fernández manoteó la caja de Rodríguez Larreta.
En políticas no hay hechos fortuitos o desafortunados. Como no lo fue la mención de Cristina hace un año -cuando presentó su libro Sinceramente- a los jardines colgantes que hay en una ciudad donde hasta los helechos tiene agua.
Si Gustavo Bordet propone abrir un debate nacional sobre el que la Jefa no tiene ningún interés, debe haber algo más que un gesto político que vaya más allá de un apoyo interesado a la medida, a la espera de alguna contraprestación para una provincia donde no le viene sobrando nada, y que se encuentra en pleno proceso de reestructuración de su deuda de 500 millones con acreedores privados e institucionales. Según Hugo Ballay, la otra deuda no parece presión demasiado a las cuentas provinciales.
A menos que esto no sea más que una errónea interpretación de un cronista trasnochado y pueril, y sólo estenos ante un impulso tardío contra el centralismo porteño y por eso se resalta la importancia de “verlo como un todo, no solamente en un análisis sesgado de la coparticipación”.
Quiera el espíritu democrático y la madurez impulse un debate serio y órganico que este país se merece por la reglamentación de la Ley de Coparticipación que aún le debemos a la reforma de la Constitución Nacional de 1994.
Cristina Kirchner pone todo muy lejos de esto. Ella quiere un país con su propia agenda, sus principios y tiempos. Busca imponer a Fernández y los gobernadores una Banda de Moebius, esa figura con forma de ocho acostado, que donde quiera que uno se encuentre, siempre estará en la misma cara. El poder tiende a ser expansivo y busca cubrirlo todo. Es su marca. Es la marca de CFK.
Sin debate, sin disenso y sin valientes que busquen inmolarse, este es el espíritu de la política de este tiempo. La política fragmentada, sectaria, hegemónica; la misma que impide avanzar hacia el todo.