El Gobierno se aferra a su Línea Maginot
12/07/2020
Por Gustavo Sánchez Romero – Editor de Dos Florines
Mientras el AMBA camina hacia el día 17 de julio en medio de tensiones, controversias y vacilaciones; en Entre Ríos -dicen- todo se mide con la vara de los minutos, pero también el norte está puesto en ese día.

Mientras en el AMBA los caminos futuros de la cuarentena de la Provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires parecen bifurcarse inevitablemente; en Entre Ríos se ha impuesto el ala jacobina y el discurso del Gobierno nacional baja sin fisuras. Aquí el miedo de los funcionarios gana todas las márgenes, algunos llegando a proponer, incluso, volver al férreo confinamiento inicial.
Tras 115 días de inaugurada esta estrategia, no deja de recibir con fuerza las oleadas del hartazgo, y la sociedad ha optado por el camino que mejor conoce en sus más de 200 años de historia: la fragmentación.

Mientras la crisis de la economía se vuelve terminal en AMBA -ora en provincia, ora en capital- Entre Ríos no le va en saga y las señales de agotamiento de la capacidad de resistencia del sector privado, en general, ya se ha puesto al límite.
Negocios caídos o en camino y pérdida de empleo se volvieron peligrosamente habituales. Y algo peor aun; muchos ya comienzan a alertar sobre la duración de la depresión económica y una consecuencia tan indeseada como dramática de este proceso: el incremento de la inseguridad social en toda la provincia a caballo de la crisis de la pandemia.

Ante este escenario, el viernes sucedió un hecho que, por la resolución, resulta paradojal.
En el frigorífico porcino Pondesur, ubicado desde 2017 en la ciudad de Seguí, y con 22 trabajadores, se detectó un caso de Covid 19 positivo. Se trata de una empleada administrativa, sin síntomas evidentes, según lo que notificó la empresa, que vive en la ciudad de Paraná y que no tuvo contacto con el resto del personal.
La Comuna decidió el cierre preventivo del establecimiento por 14 días, con el confinamiento de autoridades y trabajadores.
Nadie dijo nada, ni desde el Estado provincial, ni desde las cámaras empresarias, por lo que debe inferirse que si los casos siguen creciendo en la provincia, toda vez que un empleado se infecte -asintomático o no- será regla general la decisión oficial de inhabilitar por dos semanas.
Qué pasaría si aparecen en forma simultánea un caso en los tres o cuatro principales frigoríficos avícolas de la provincia. Pues bien; al tratarse de una actividad que concentra en la provincia el 54 % del total de faena nacional, la Argentina avanzaría meridianamente hacia el desabastecimiento de pollos para consumo. Esto último debe leerse como una ironía.
Sin embargo, ya ha se han detectado casos en otras industrias, en sectores o áreas más masivas de las empresas, y no se ha tomado una decisión en el mismo sentido. Por lo que habrá que suponer, entonces, que no hay un criterio regular sobre el accionar oficial ante la aparición de casos.
Si cierto es que, como dicen algunos, el miedo paraliza, en la clase dirigente el miedo directamente inmoviliza.
Definiciones.
La ciudad de Paraná espera definiciones del Gobierno provincial, y aunque sigue imponiéndose la visión de la ministra de Salud Sonia Velázquez, el intendente tuvo una semana más tranquila. En un passing shot indisimulado trasladó toda responsabilidad de las decisiones hacia arriba.
Desde el Gobierno provincial le dicen a los empresarios y trabajadores gastronómicos que ellos “sugieren”, pero que la decisión está en manos de los cuatro intendentes del área Gran Paraná, que incluye la Capital, Oro Verde, San Benito y Colonia Avellaneda.
Los responsables de las Comunas aseguran que en realidad es tanta la presión que meten desde el Gobierno provincial que a ellos no les queda otro camino que seguir sus lineamientos.
Esta contradicción pone nervioso a los empresarios que no avanzan con sus amenazas y el statu quo parece adormecerlos en la resignación. Al menos por ahora.
Sin embargo la capital provincial se hunde. Irremediablemente sobrevuela el desánimo y la desesperanza, más allá de la movilización de unos 200 empresarios y empleados hoteleros gastronómicos que desafiaron la cuarentena y el martes se desplazaron en torno a la Plaza de Mayo. Poco lograron.
Hasta aquí, datos objetivos.
Este fin de semana largo pudo verse algo más de controles policiales en los lugares de solaz, más precisamente en los parques y plazas. También aparecieron retenes en los accesos principales a la ciudad, y el ulular lumínico de los patrulleros dominó esos puntos. No mucho más. El movimiento social fue amplio y hoy son pocos los que prefieren someterse a un aislamiento infinito y ya no pueden con el encierro.
Hasta la misma Policía que conduce la ministra Rosario Romero -con personas y ciudadanos, al fin de cuentas- siente que ejecuta un acting reflejo pour le gallerie que no va más allá del acuerdo tácito con los vecinos.
Esta cuarentena tiene también un virus que genera una fagocitosis desde adentro.
Descontroles.
Este mismo sábado, el ministro de Salud de la Nación, Ginés González García dijo que por ahora no habrá fútbol profesional en la Argentina, al tiempo que la Conmebol anunció el regreso de las copas continentales para Latinoamérica.
“No somos como Brasil o Bolivia, aquí cuidamos a la gente”, afirmó el funcionario en el inagotable afán del Gobierno nacional por compararse y desacreditar a los vecinos.
Mientras eso sucedía, en Paraná -como seguramente en muchos barrios populares del Gran Buenos Aires (elegante eufemismo oficial para denominar a las villas miserias)- un partido de fútbol en el oeste generó envidia y emoción en quienes transitábamos en autos de regreso del supermercado.
Once de cada lado, como dios manda. Sin camisetas oficiales y en una cancha a la vista de todos, con unos pocos montículos de césped verde. El resto, todo de polvorienta tierra invernal. Me bastaron 15 segundos para ver al lateral derecho proyectarse a la vieja usanza. El volante, que la recibe de espaldas, hizo lo que pedía la jugada: se la puso al vacío por sobre la cabeza de la línea defensiva; y el cuatro que venía como una locomotora sólo tuvo que tirar el centro atrás, de acuerdo al manual aprendido en la novena. Entonces el nueve, portentoso y entrado en canas, entró como Pancho por su casa y cabeceó frontal, abajo y a contra pierna del arquero. No había red, pero debió haber una para lograr el efecto de inflarse como en un tributo.
El Loco Bielsa los hubiese aplaudido de pie. Por supuesto, que todo terminó en abrazo exudado y entreverado de pasiones, como debe ser… y que la busquen del zanjón y saquen del medio cuando baje la polvareda que se levantó después de semejante frentazo. El resto se lo reservan para ser contado a los nietos cuando alguna vez le pregunten: “Abuelo; ¿Y vos qué hiciste durante la pandemia?.
Sin controles reales, la cuarentena se deshilacha. Con reuniones sociales, con estigmatizados runners corriendo como polizones por la ciudad y comerciantes que le encuentran el agujero al velo. Sin eufemismos y casi sin disimulo, la ciudad se ha convertido en un gran plató donde cada uno interpreta un papel tácitamente guionado.
Las autoridades locales ya no pueden dar cuenta de esta realidad, justo en momentos en que realmente el virus crece en densidad y los peligros reales se acrecientan.
La Línea Maginot del Gobierno no parece poder soportar más tiempo el avance letal del Führer. Sin embargo y empecinadamente, se aferra a ella como su última tabla. Es claro que no tiene nada más para proponer, y los tiempos soplan adversos.
Es que cuando más se la necesita, menos capacidad de aceptación tiene la sociedad; y cuando los casos crecen por positividad o sospecha, ya casi nadie confía en la estrategia.
El número de casos siguen subiendo la cuesta y arriba no hay ninguna fiesta, pero tampoco nadie sabe decir si estamos llegando a la cima o cuánto tiempo más será necesario para amesetar.
Mientras esto no suceda, todos mirarán el modelo que definen los especialistas epidemiólogos y la cuarentena sanitaria seguirá muy firme.
La línea Maginot fue una muralla fortificada de defensa construida por Francia a lo largo de su frontera con Alemania e Italia, después del fin de la Primera Guerra Mundial. El proyecto se inició en 1922 a instancias del ministro de Defensa francés, André Maginot, un veterano mutilado en combate que no llegó a ver su obra terminada. Para los franceses tenía un alto valor estratégico ya que permitía economizar en tropas que debían cuidar la frontera, permitían cubrir un ataque alemán y proteger las ricas regiones económicas que se erigían en Alsacia y Lorena; cuencas que ya habían generado más de un conflicto entre francos y teutones. A poco de comenzar la Segunda Gran Guerra, no pudo evitar el avance alemán y fue superada casi sin despeinarse. La aparición de la aviación de guerra, los avances técnicos en tanques e infantería y las nuevas tácticas hicieron que la línea Maginot pasase a la historia como uno de las frustraciones militares más renombradas.
Solitarios y finales.
Los trabajadores de la salud, los médicos y el ala política del Ministerio parecen compartir el mismo discurso y su eje los mantiene sólidos, por ahora. No los une el amor precisamente, y de eso debe tratarse el mentado Juramento Hipocrático.
Dialogar con quienes están en este momento crítico en la trinchera, puede hacer comprender por qué se piensa así, del otro lado del mostrador.
Desde el sistema de salud aseguran que allí si se capitalizó la cuarentena. Se pudo preparar -dicen- una plataforma que sin este tiempo hubiese sido letal y caótico para todos; pero también allí entienden que los tiempos de la cuarentena generaron tantos conflictos y problemas que será difícil mantener la moral alta. Como balance reconocen valiosa a la línea nacional técnica bajada por Ginés para optimizar la estructura.
El sistema de salud está viendo hoy la foto de 10 días atrás, cuando se produjo la flexibilización social. Según el relato de los actores centrales es dramático ver cómo el virus logró expandirse visceralmente en la ciudad.
De aquel primer caso que comenzó en la cooperativa farmacéutica al cierre de la sucursal del Banco Nación transcurrieron sólo 15 días, y es inabarcable la cantidad de personas que quedaron en la ramificación de los casos positivos y los sospechosos.
Hay quienes configuran un mapa genealógico de este traspaso y dan cuenta de este proceso en relatos impiadosos.
Amigos, parientes, amores, amantes, conocidos históricos y eventuales contactos que van desde abuelos y nietos hasta quienes se vieron una vez y no lo harán más.
Son muchos más de 200 los que se van interconectando en la progresión que hoy ha generado este nivel de casos en la ciudad que ha puesto a los hospitales en un alto nivel de ocupación e, incluso, está demandando la utilización de hoteles.
Es que el esquema requiere necesariamente un gran esfuerzo logístico para las entrevistas, donde la mayoría de las personas negarán haber tenido contactos con terceros, hasta que llegará un hijo o sobrino que los desmentirá ante el médico y contará lastimosamente su derrotero de encuentros sociales.
El profesional deberá rastrear la cadena hacia atrás volviendo varios eslabones, y también los eslabones anteriores de estos, y de estos… y de aquellos. Y así la tarea se vuelve titánica e infinita.
En definitiva, como decía el inefable doctor Gregory House, en la serie que lleva su nombre: “Todos mienten”.
Si a esto se le suma la poca propensión de la mayoría de las personas a presentarse espontáneamente ante el médico cuando advierte los primeros síntomas o tiene sospechas, y los pocos test que se realizan, ya con el virus desplegado en velocidad, la ciudad no está en el mejor de los escenarios. Y aunque no lo digan, los profesionales y la política lo saben.
Los médicos, que escasean, por cierto, según los propios efectores, deben pelear contra el virus y contra el transmisor que no quiere quedar expuesto públicamente como un irresponsable social que no pudo contener su ansiedad gregaria. Pero eso, con los días y en medio de una pandemia, el contagio pasa su factura. Está a la vista.
Hay que prever que cada contacto positivo inhabilita a toda una familia y a los contactos cercanos, afectivos o laborales de cada miembro, y así sucesivamente y entonces la propagación es insospechada. Pero el problema reside en cada uno ocupará una cama de un hospital, centro de alojamiento u hotel donde se internan los casos sospechosos, y el sistema sanitario entra a tambalear por su propia capacidad, o por la falta de ella.
Es allí donde aparecen aquellos que en otros momentos no serían nada más que una efímera metáfora literaria: los que no tienen dónde caerse muertos.
Hoy se conoce que algunos casos positivos están siendo atendidos en el esquema que preparó la Salud pública, pero no mucho más. Tampoco el número de test ni a cuánto se ha llegado en la frenética carrera por detectar los sospechosos. Cuando el Coronavirus se desplaza en un esquema de contagio comunitario, ya es casi imposible identificar la vinculación entre los casos, y eso es lo que aterra a los profesionales.
El problema se complejiza cuando ya nadie sabe cómo fue que se contagió, y algo de eso podría estar pasando ahora.
Si se mantiene la progresión actual y no logre aplanarse la curva antes que tome impulso, el sistema podría estar en riesgo ya que la disponibilidad del servicio de atención de un sistema integrado entre lo público y lo privado no daría abasto, afectando en la emergencia a quienes lo porten, y a quienes no.
Asimismo, mucha gente preferirá no asistir a los hospitales por temor al contagio. Algo de esto conocemos, ya que ha sucedido en casi todas las ciudades del mundo.
Si esta es la foto, la película no puede ser distinta, porque la cuarentena flaquea -sin controles y con baja credibilidad- y las autoridades muestran una sola puerta, que ya nadie quiere abrir.
Sin más vueltas, habrá que decir de una vez y meridianamente que Paraná se encuentra en abierta transición avanzada entre un desgastado estado de conglomerado a un fase más que incipiente de contagio comunitario.
Alguna vez reprodujimos en estas páginas lo que dijo Peter Medawar, premio Nobel de Medicina en 1960: “Los virus son un conjunto de malas noticias envueltas en proteína”. Pareció una exageración. Hoy ya han corrido casi cuatro meses bajo el puente, y en la brecha que se ha abierto, para unos, la cuarentena es un Caballo de Troya que dejará la ciudad incendiada; para otros, el empedrado camino hacia el cielo.
El que esté libre de tribulaciones, que arroje la primera duda.