El país necesita un proyecto agropecuario que permita una producción sustentable e inclusiva

09/05/2020

Por Oscar Montero, ingeniero agrónomo, ex presidente de la Bolsa de Cereales de Entre Ríos.

En este ciclo agrícola 2020/21 se cumplen 50 años del último proyecto agrícola-ganadero y de otras producciones que tuvimos a nivel nacional. Me refiero al implementado a través del BID – Banco Nación – INTA, que contemplaba varias alternativas de producción, cinco o siete años de duración (con monitoreos anuales) para cada zona agroecológica de nuestras provincias, y créditos blandos con descuentos en las tasas de intereses según los objetivos cumplidos.

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Desde entonces hasta hoy –salvo raras excepciones– continuamos discutiendo estas actividades por pedacitos, para regocijo de cierta dirigencia política que nunca tomó en serio al campo como generador de empleo y multiplicador de riqueza.

Hasta la década del ’80, esta actividad y sus actores eran ejemplos de arraigo a la tierra, transmisión de valores éticos y morales, apego a la familia, continuidad de trabajo con los hijos, lo que se definía como el “perfil de la ruralidad”, esto es el conjunto de fenómenos sociales que se desarrollan en un entorno rural y que permiten construir identidad.

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En esa época, en Entre Ríos, se hizo un trabajo muy importante impulsado por el INTA (con un departamento de edafología muy bueno) sobre conservación de suelos, construcción de curvas de nivel, control de la erosión, etc., con beneficios impositivos para quienes cumplieran determinados objetivos.

Después apareció la labranza cero, tecnología altamente innovadora, que nuestros agricultores adoptaron inmediatamente. Lo mismo ocurrió a nivel país pasando a ser ellos los productores más eficientes del mundo desarrollado.

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Ahora bien, hoy perseguimos el objetivo de alcanzar los 130/150 millones de toneladas. Pero perdimos de vista el proyecto y la ruralidad.

Tenemos menos productores, más concentración y escaso, casi nulo, agregado de valor en el campo.

En Entre Ríos la secuencia climatológica aproximada para cinco años de agricultura es: uno muy bueno, uno muy malo, dos regulares y uno bueno.

Se hace agricultura con buena tecnología y mucha inversión por hectárea sembrada. Pero aún no contamos con seguros de todo riesgo a valores razonables que permitan cubrir lo invertido. A esto debemos sumarle una acumulación de deudas por malas cosechas y la ausencia por varias campañas de líneas de créditos para capital de evolución (aun con respaldo hipotecario), lo que dejó como resultado la desaparición de algunos eslabones de la cadena.

En nuestro país, y también en nuestra provincia, se trabaja con una enorme carga de impuestos, sin rentabilidad en la mayoría de las campañas y con una estructura del Estado insostenible que se critica desde afuera, pero que no se achica cuando se es parte de él.

Para colmo escuchamos con frecuencia hablar del “campo” como si hacer agricultura en Pergamino fuera igual que en Federal. Lo malo de esto es que quienes lo dicen son los mismos que después toman decisiones que nos afectan a todos.

Con ironía somos un buen ejemplo de la rana dentro de una olla con agua. A medida que aumenta la temperatura, nosotros bajamos los objetivos. Y no nos culpo por eso. Nos acorralan tanto que terminamos peleando sólo por las retenciones.

Hasta fuimos prepoteados en plena democracia por un funcionario de Comercio con ínfulas de milico malvado.

Así estamos hoy. Pero no es tarde. Juntemos fuerzas, aunemos objetivos. Debemos pensar a 10 años para negociar los pasos intermedios sin renunciar nunca adónde queremos llegar.

Tendríamos que estar discutiendo cómo construir un proyecto nacional que permita una agricultura sustentable, inclusiva, con trazabilidad. Transformándola lo más cerca posible de los lugares de producción. Generando puestos de trabajo. Exportando a las góndolas con última tecnología. Creciendo desde el campo, dándoles a nuestros jóvenes la posibilidad de vivir en sus lugares de trabajo, fortaleciendo nuestras aldeas o fundando nuevas, con educación, salud, seguridad, comunicación y arraigo en nuestra geografía. ¿Es mucho pedir? ¡No!

Nunca dejemos de luchar por una sociedad inclusiva, que dé igualdad de oportunidades y premie al trabajo como un valor social. O resignaremos a nuestros jóvenes a vivir con ideas del Siglo XIX en pleno Siglo XXI.

La edad de quienes toman decisiones en este ámbito ha bajado muchísimo. Son jóvenes informados, inquietos, con espíritu de progreso. Sin incentivos al esfuerzo.

Esta mirada sobre la producción agrícola con distintos matices, ocurre también en el tambo, en la ganadería entrerriana y en las otras actividades del campo.

Debemos mejorar la posibilidad de que, quien produce y transforme, mejore su participación en la rentabilidad total del proceso.

Es posible. Depende de nosotros.

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