El salario del miedo

12/04/2020

Por Gustavo Sánchez Romero – Editor de Dos Florines

“Un virus es un conjunto de malas noticias envueltas de proteínas”, dijo el biólogo, filósofo y divulgador británico Peter Brian Medawar, quien en 1960 ganó el Premio Nobel junto a un virólogo australiano.

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Esto que los especialistas en medicina conocen desde las primeras clases universitarias, para la sociedad global se está convirtiendo en una sentencia absoluta a fuerza de cachetazos con la propia dinámica de los días.

El mundo, en un derrotero incierto y angustiante, ya ha superado los 1,8 millones de afectados por el Covid 19 y los muertos ya se cuentan por más 110.000. Con imágenes dantescas en Nueva York, Ecuador e Italia, sólo reservadas hasta hace poco a la más prolífica inventiva del cine de ciencia ficción, impúdicamente la vida imita al arte, como anticipó Oscar Wilde.

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El desplazamiento del virus rompe los paradigmas y expectativas de los líderes mundiales y por ahora sólo hay desconcierto y desborde por donde está pasando, y en aquellos lugares donde parece haber ocurrido ya, el miedo al rebrote refuerza los controles sociales y sanitarios reactivando fantasmas.

El miedo se globaliza por primera vez en muchos años y, en la mayoría de los países, las personas se abrazan al aislamiento como un antídoto falible, pero única herramienta a mano.

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En la Argentina parece imponerse un sentimiento de hastío al encierro por sobre el impulso atávico de autoprotección ante lo desconocido. Esa moral de superchería nacional que nos define patéticamente desde hace algunas décadas fue la que obligó al Presidente a pedir a la sociedad una especie de pacto de honestidad intelectual para respetar los límites de las restricciones.

Alberto Fernández, con seguridad y firmeza, y enviando un mensaje sin contradestinatarios, recuperó en una didáctica conferencia de prensa la autoridad que vio mellada el viernes pasado con el desliz de los jubilados haciendo cola. Su aceptación social es muy alta.

Con la convicción que la cuarentena se aplazaría al menos 15 días y se mantendrían los controles rigurosos, los anuncios fueron largamente esperados con un cúmulo de versiones y lobbies durante todo el día.

Ya es innegable que se ha abierto una nueva escisión entre quienes piden una clausura de la sociabilidad y aquellos que miran el quebranto general inminente de la economía y aspiran a una paulatina apertura de las condiciones.

El Presidente recibió a todos y escuchó a los especialistas para tomar una decisión que debió explicar largamente en la noche del viernes para convencer a sindicalistas, industriales y comerciantes que insistieron en “flexibilizar”. El Ejecutivo optó por “administrar la cuarentena” y sólo dio luz verde para abrir gomerías y talleres mecánicos, y parcialmente los bancos con riguroso turno.

Nuevo capítulo de la disyuntiva la bolsa o la vida.

Alberto se privó de grandilocuencias y evitó cualquier enfoque triunfalista. Fue prudente y enfático en mostrar los resultados que arrojó la estrategia de aislamiento social y privilegió una decisión a la que nadie puede oponerse, pero que tampoco obliga a la resignación de evitar un colapso de la cotidianeidad perdida, cosa que algún día deberá suceder de todos modos.

Desde estas líneas se insiste en que no hay margen en el país para improvisar una amplia avenida del medio. Por ahora es una u otra. Mal que cueste y aunque las consecuencias sean tan nocivas como quizá los argentinos no tengamos memoria. 

La cuarentena se prolonga, y no será gratis. La opción B no tiene aún calculado sus costos. Es como avanzar a tientas en un vehículo que tiene el vidrio cubierto y sólo puede verse por el espejo retrovisor.

 

Angustia.

Dentro de las huellas que está dejando la cuarentena hay que detenerse en las que operan en la superficie de la psiquis individual y social.

Los efectos de caer en la cuenta de la longitud del aislamiento convertirá a muchos en carne de diván, tanto más cuánto más largo sea el rosario de días recluidos.

El jueves, en una magistral conferencia realizada en forma virtual para la Fundación Libertad y Progreso, el reconocido psicólogo José Eduardo Abadi abordó la angustia que genera el encierro y desempolvó el viejo concepto de los abuelos: El miedo no es sonso; es perverso.

Tenemos que saber -dice Abadi- que aun cuando nos digan que es transitorio, inconscientemente razonamos con la fantasía irracional de lo que no tiene fin, de lo que no tiene tiempo calendario. “Esta especie de cuarentena intenta poner límite o fechas, pero internamente no se vive así, y la incertidumbre se convierte en ansiedad y luego en angustia, y el cuerpo lo experimenta así. Entonces aparece el fantasma del encierro, incluso la palabra aislamiento parece desafortunada, porque se lo vive como una encierro/prisión/castigo. Si transitorio es tal vez nunca, y además la idea de quedáte en casa es soledad, castigo, se dispara la angustia de muerte, la idea de ajenidad con el otro. Son los fantasmas ancestrales que vuelven a los hombres”, describió con lucidez meridiana.

Claramente la psiquis comienza a pasar la factura de los días y se empieza a vivir con añoranza el tiempo ido, y muchos acuden a recordar esos momentos de libertad. En los grupos de redes sociales circulan esos recuerdos con fotos y videos que remiten a experiencias compartidas perdidas. Para la ciencia es la forma que tenemos las personas para duelar la pérdida, una pérdida imaginaria, en un escenario personal donde incluso la vida se convierte en una pérdida.

Quizá fue por eso que el Alberto Fernández arriesgó la posibilidad que se pueda salir a caminar o hacer deportes en un radio de cinco cuadras del domicilio. Es una forma de abrir un postigo a la desesperanza social, a no profundizar las pérdidas. Es una forma de insuflar optimismo en una tropa que ante la amenaza  de perder la fe puede cometer imprudencias.

Lo importante es el presente, el mañana, parece decirle el comandante, atado al palo mayor del barco para no caer en la tentación del canto de las sirenas.

Pero la angustia por las cuatro paredes no es sólo psicológica.

También lo es para los que se han quedado sin ingresos y deberán esperar mucho tiempo para volver a tener las mínimas certidumbres previas a la pandemia.   

El miedo es hoy como el viejo topo que recorre Europa y EE.UU. de una sociedad que debe redefinir la era capitalista.

Como se preveía, las asociaciones empresarias están activas en anticiparse a un mundo harto difícil. 

Los empresarios de hotelería y gastronomía se pararon en el umbral del quebranto para anunciarle al Presidente la situación agobiante de 50 mil emprendimientos. Ya lo habían hecho los comerciantes, que denuncian 500 mil en sus filas.

Sin posibilidad de reconvertirse, el turismo  será uno de los grandes perjudicados de este escenario. Aun cuando pase todo esto, esperan por lo menos un año y medio para que se vaya el miedo social al desplazamiento que tendrán las personas para el mercado de cabotaje. Y sólo la irrupción de una vacuna hará recuperar el placer de caminar por la Via Venetto o Avenida des champs elysees, en su vereda este, ya que es allí donde el sol pega cuando se disipa la niebla.

La industria textil, la del calzado o la automotriz no encontrarán clientes masivos.

Se han expresado las distintas cámaras de profesionales y los miles de cuentapropistas lo hacen ante cuanto micrófono se pone adelante.

Para todos hay una dolencia en esta cuarentena y el cuerpo lo sabe. Y lo empieza a manifestar con miles de síntomas físicos propios de la angustia y el miedo.

En el juego del consumo hay que mirar más allá de relación de tomar un producto y hacerlo propio. Se trata de un mapa complejo de representaciones que trascienden las emociones del acto. “Lo que está en juego en el proceso del consumo no es una influencia hacia lo que somos, como comúnmente lo pensamos, sino directamente lo que somos, porque consumir es hoy en día nuestra manera de estar en el mundo”.

También habrá que poner la lupa en cómo ponderamos al consumo, ya que, en definitiva, no es allí donde reside el desarrollo, sino en la inversión.

Bancos.

Todo está conmovido. Se advierte que desde el sistema bancario las cosas no se hicieron del todo bien y hay un reclamo social generalizado.

Los grandes ganadores de todos los gobiernos se ven hoy interpelados, y están reaccionando, con algo de lentitud, pero reaccionando al fin. Lo hicieron al ser declarados servicio esencial y luego con los créditos acordados al 24 % de interés con el Ejecutivo nacional para que las Pymes puedan pagar salarios y finalmente con la refinanciación de las tarjetas de crédito con período de gracia, facilidades mensuales y al 43 % de interés.

Según datos del BCRA, las ganancias del sistema financiero alcanzaron $172.106,2 millones durante 2018, un saldo que fue un 121,5% superior al resultado general de 2017. Se le podría preguntar a Enrique Cristofani, a la familia Eskenazi, a la familia Botín o a Carlos Heller qué hicieron con estos excedentes. 

Pero no debemos perder de vista que los 300.000 millones que el Banco Central liberó a los bancos para los créditos para pagar salarios y capital de trabajo de Pymes están comprendidos como encajes financieros para las entidades, por lo que compensarán la diferencia de tasa negativa.

Pero estos millones no son propiedad de los bancos, sino que claramente son depósitos de los argentinos que sólo administran, en un marco donde la desconfianza reina y cada vez más se están saliendo de los plazos fijos buscando mejores inversiones. Los bancos están prestando la nuestra, con un gran riesgo que las empresas concursen, quiebren o bien tengan que diferir el repago por mucho tiempo.

Es posible que allí -en avales y garantías- haya todavía un punto en el que el Estado debe trabajar para llegar con más fondos a los sectores en crisis.

Para muchos sectores, empresas y sus trabajadores comienzan tiempos aciagos. La cámara inmobiliaria subió este sábado una carta dirigida al gobernador Gustavo Bordet para que solicite a Alberto Fernández que la actividad sea exceptuada del decreto de aislamiento social preventivo y obligatorio y les permita trabajar. Pero aun cuando este suceda, no se advierte un espíritu transaccional inmobiliario a corto plazo. Las inmobiliarias quedarán por mucho tiempo trabajando como respaldo administrativo entre lo que en adelante llamaremos locadores y locatarios. Pero como muchos de ellos responden con su patrimonio al adelantar los primeros días de mes a los dueños el valor del alquiler y corren con el riesgo del pago, verán más que comúnmente que éste se demorará o directamente no podrá llega porque el empleo será un bien escaso. Un nuevo rol espera a los intermediarios de la vivienda.

Bolicheros, dueños de bares y pubs, aquellos que organizan tour o servicios de congresos y seminarios deben enfrentar el serio desafíos de cómo afrontar su futuro, que no se muestra muy complaciente. La tecnología puede ayudar. La educación media y superior tendrá otras reglas.

Los industriales -los que están en actividad- piensan en cómo contienen a sus trabajadores, y elevan una plegaria para que no ingresen contagios en las plantas que haga cundir el pánico interno.  Una empresa del parque industrial de Paraná entregó con el salario del mes de marzo un bono de 5 mil pesos a los casi 500 trabajadores que siguieron en funciones, como forma de mantener la moral alta.

Las que no trabajan sufragan en la quietud y deberán seguir deshojando la margarita. Un hombre de negocios local recordó esta semana que durante los períodos de guerra, las empresas y los Estados recortan el salario de los trabajadores que no asisten a sus lugares en un 50 % ya que en cuarentena los gastos familiares disminuyen notablemente y la otra mitad se destina a la industria bélica. En este caso se debería aportar a la contingencia sanitaria.

Este lunes no habrá actividad en los frigoríficos de todo el país. Así lo decidió el sindicato por el cierre de una planta cárnica en Quilmes que dejó a 240 trabajadores sin empleo y que aún no cobraron su salario. Aún no saben los empresarios cárnicos y avícolas de Entre Ríos cómo podrá afectar esto a la actividad local. Pero como fuere, se trata de un derecho y, aunque pueda plantearse extemporáneo, es la única medida que tienen para hacer oír su reclamo.

La pregunta, en todo caso, es qué pasará con el norte sindical cuando se produzcan los cierren en cadena y hasta dónde estas medidas serán permitidas por el Estado y aceptadas por los trabajadores en un marco de desgajamiento general.

Centinelas.

Los Estados también tienen miedo, y en Entre Ríos se apela a la prudencia. Es que también hay miedo. Todos nos volvemos más conservadores, y en los dirigentes políticos el miedo anida en la hipótesis de no poder dar respuesta a lo peor.

En una entrevista radial, la ministra de Salud, Sonia Velázquez, reconoció ante el periodista Antonio Tardelli que no pudo dormir durante dos noches ante la insuficiencia de recursos sanitarios. Es natural, y en su rapto de sinceridad nos representó a todos. El miedo nos atraviesa visceralmente, independientemente de cómo lo manifestemos.

Dice Abadi que esa reacción de centinela es producto de la angustia de muerte que se apodera de todos en tiempos de pandemia. En mujeres y varones comunes eso somatiza en todo tipo de achaques y síntomas físicos.

En la película francesa “El salario del miedo”, de 1953, el director Henri-Georges Clouzot describe la travesía de cuatro hombres que deben transportar nitroglicerina en dos camiones destartalados por caminos sinuosos precordilleranos de América Latina hacia pozos petroleros incendiados. Por un cuantioso salario, durante largos 300 kilómetros, los desocupados camioneros vivirán con el designio de muerte sobre sus espaldas, ya que cualquier salto del camión o mal movimiento signará el destino en segundos. Disponible en Youtube (con alta calidad y muy mal doblada) el drama se convierte en una exacta metáfora de lo que sucede en el mundo en general, pero especialmente en la Argentina, donde vemos cómo el miedo brota por los poros en elogiosos actos de valentía y denodadas cobardías.

Hay clubes que ofrecen sus instalaciones para cualquier contrariedad, las empresas donan cuanto pueden, miles de almas solidarias ponen sus brazos en el total anonimato, como voluntarios en instituciones o simplemente colaborando con un vecino imposibilitado. En el fondo tememos que una piedra no contemplada haga saltar por los aires el camión con la delicada carga.

La comunicación oficial de la Provincia busca enviar mensajes de serenidad y control de la situación, en sintonía política y administrativa con la Nación; y si las estimaciones son reales, estamos a un mes del potencial pico, en momentos en que el invierno se frota las manos.

Esta semana desde un centro de salud municipal pidieron a las empresas del Parque Industrial una donación de un número importante de camas, como para convertirse en un apoyo para la infraestructura sanitaria con que cuenta la Provincia.

Pese a lo que dice el Gobernador, se evaluó la emisión de cuasimonedas en la provincia y el ministro de Economía lo tuvo en su agenda. Es evidente que se logró un acuerdo nacional para emitir pesos y no activar mecanismos devaluatorios dentro de las provincias. No es menor un papel moneda en manos de los gobernadores, y podría debilitar el poder presidencial.  Sólo debemos recordar cómo se posicionó Sergio Montiel contra Domingo Cavallo ni bien tuvo el Bono Federal en circulación. Lo que vino después no hace falta recordarlo, y como dijo Bordet fue palmario el daño que le hizo a la economía. Él cuenta a sus amigos los avatares vividos como contador del casino de Concordia en aquellos tiempos cuando debía administrar siete u ocho monedas con la que se apostaba junto al río Uruguay.

El miedo pone hasta el más conspicuo liberal en la línea de demanda de un Estado omnipresente en un cuadro de depresión mundial sin antecedentes. Pero los nuestros están limitados. Los argentinos nunca tuvimos apego a los fondos anticíciicos, principal motivo de pelea entre Roberto Lavagna y Cristina Kirchner y que costó la renuncia del entonces ministro de Economía.

No sólo no lo tenemos incorporado como idea, sino que nos hemos acostumbrado  a vivir con un déficit fiscal permanente. La pandemia nos encuentra sin ahorros, sin créditos, sin comercio y sin moneda.

Cada uno lo mira según sus experiencias y expectativas y entonces un virus es más o menos malas noticias envueltas en proteínas. Pero como sea, y aunque la palabra miedo no tiene verbos, lejos está de ser un concepto estático.

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