Encontrar el rumbo
18/08/2023
Por Sergio Dellepiane – Docente
Es un hecho evidente que cada día que pasa resulta más difícil comprender qué pretendemos hacer y hacia dónde queremos ir como comunidad organizada. No tenemos tan claro, como ciudadanos, un rumbo consensuado a seguir. Más aún, los cómo se han vuelto ininteligibles en la mayoría de los casos. Los con qué han agotado toda capacidad de financiamiento. Entre nosotros el cuándo siempre será ayer. Aunque las causas y las consecuencias de continuar caminando obcecadamente por el desfiladero, las conocemos de sobra. Muchos las hemos experimentado en carne propia a lo largo de nuestras vidas. No podemos alegar inexperiencia, aunque sí podemos verificar desidia y malicia en incontables situaciones y circunstancias.
Desde la Constitución de 1853/60 hasta la irrupción de H. Yrigoyen, quien abonó el camino para la intervención del Estado en la actividad industrial, particularmente en cuanto a los servicios esenciales, Argentina participó en las grandes ligas de la economía mundial. A partir de 1930 se inicia el proceso de decadencia productiva, acentuado con la revolución militar de 1943, encarnado por un estatismo empobrecedor que nos mantiene sumergidos en la pobreza cada vez más profunda y en la decadencia moral y miseria material más grande y grave que haya podido comprobarse en nuestros dos siglos y poco más de vida, desde la independencia.
Fácilmente puede constatarse un déficit crónico de metas y una sobredosis de propuestas superficiales que impiden conocer en profundidad los vectores sobre los que trabajarán quienes accedan al gobierno con el propósito de encausar el rumbo hacia el destino que suponemos merecer (o al que nos arrastren).
Si no se tiene claro el puerto de llegada hacia donde debemos arribar, mal pueden comprenderse los pasos que tendremos que dar para alcanzarlo.
Alexis de Tocqueville ya advertía hacia 1840, el peligro de dar por sentado el progreso sin ocuparse de conseguir el sustento para lograrlo; lo que es común en países de gran prosperidad. Este es el momento fatal, sostenía, en el que comienzan a revertirse los logros alcanzados. Es por esto, que los padres fundadores de los EE.UU. machacaron con que “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”.
Primero los qué, seguidos de los cómo, sostenidos por los con qué, llevados a cabo según los cuándo adecuados, es la secuencia lógica elemental de cualquier Ciencia. Para debatir, sostener y/o modificar en la incesante búsqueda del objetivo propuesto. Nada es ya ni todo es nunca.
Los salarios e ingresos reales de cualquier economía derivan exclusivamente de las tasas de capitalización, es decir, de la inversión en maquinarias, equipos, herramientas, tecnología, capital humano (conocimiento adquirido) y la experiencia de vida que constituyen los pilares para que el trabajo incremente su productividad. El QUE es incrementar incesantemente la productividad nacional.
Los Bancos Centrales tienen como función primordial “preservar el valor de la moneda nacional”. Su problema radica en que sólo puede decidir entre tres políticas: emitir, contraer o dejar inalterada la base monetaria. Cualquier decisión que tome la autoridad designada desfigura los precios relativos alterando la armonía alcanzada en un mercado libre y desregulado. El Sistema de Precios es el único mecanismo válido para la asignación eficiente de los recursos, siempre escasos, disponibles. Su intervención debe darse no en la emisión de moneda sino en el manejo experto de la Tasa de Interés. No en el dinero mismo sino en su costo. Su qué es único, excluyente y más que claro.
La existencia y permanencia de Empresas en la órbita estatal es, por principio, una contradicción a su esencia. La Empresa se caracteriza por la asunción de riesgos con recursos propios. Las estatales, si asumen algún riesgo, lo hacen con recursos de todos. Operan en una dirección contraria a la que los propietarios del capital le hubieran asignado competitivamente para obtener algún tipo de rédito pues no le importan los resultados, total alguien paga los desatinos. Ellos no, nunca. Si buscaran, afanosa e interesadamente el éxito, no permanecerían en la órbita del Estado. Su existencia es inútil y gravosa para todos, aún más para quienes las sostienen y no consiguen de ellas, nada a cambio. El qué resulta evidente. No es función del Estado competir en el mercado, por lo contrario, debe facilitar la libertad de contrato y nunca imponer condiciones.
No se precisa ser un experto en cuestiones sociales ni un eximio matemático para comprobar que el sistema jubilatorio de reparto vigente nació financieramente quebrado, pero lo más grave y menos evidente es que impone coercitivamente al trabajador registrado, el destino de una parte de su renta. Es inmiscuirse en el ámbito privado con el pretexto del Estado presente y paternalista en las decisiones más propias y profundas de cualquier ser humano. QUE hacer con lo que es mío. Cada persona debiera poder decidir libremente el destino de sus posesiones, gastando, ahorrando o invirtiendo en lo que estime más beneficioso para su vida presente y futura. El problema actual se centra en extender o no la edad de servicio activo para acceder al beneficio que se promete. Continuar con este razonamiento y actuar en consecuencia, llevará a extender la vida útil de los individuos más allá de la centuria, con la aviesa intención de disimular y extender la estafa. El qué de esta cuestión se zanja en dar a cada uno lo que le corresponde y dejar decidir libremente al interesado respecto a sus posesiones disponibles.
Argentina se define constitucionalmente como “representativa, republicana y federal”. La Ley de Coparticipación Federal de 1988 y sus modificaciones subsiguientes no representan acabadamente los principios básicos de la República. Siempre, algo es preferible a nada, aunque diste de ser justo. Tal y como está vigente, manifiesta incentivos desviados de su fin original. Se sigue entregando pescado en lugar de enseñar a pescar. Peor aún, se eternizan en el poder quienes hacen de la dádiva estatal su forma de vida y enriquecimiento personal. Los estados Provinciales son los que constituyen la Nación y no al revés. Son aquellas las que deben desarrollar modelos atractivos y competitivos para radicar desarrollos productivos que atraigan inversiones, generen puestos de trabajo genuinos y reinviertan con su multiplicación, los beneficios que conduzcan a la mejora efectiva de su gente y de todos quienes elijan participar de su desarrollo. El mundo ha progresado en base a la libertad y la competitividad. Mantener lo que sea y a quien sea a costa del esfuerzo de otros, pero sin sacrificio propio, no tiene ningún sentido. Colaborar sin esquilmar, ayudar sin subsidiar y menos eternamente. El qué debe incluir coparticipación federal en materia de Justicia Federal, Relaciones Exteriores y Defensa del territorio y sus recursos. No mucho más.
Pensar no cuesta económicamente nada. Abandonemos la modorra, seamos actores y artífices de nuestro propio destino. Se ha escrito el pasado, tenemos todo el futuro por delante.
“La injerencia del Estado es mala cuando no puede ser demostrado que es buena” Oliver Holmes (1841 – 1935)