Vivir (sobrevivir) con 40 dólares al mes

22/01/2020

Cómo es la vida en Cuba hoy, tras 60 años de la Revolución, desde la mirada de un turista argentino. Nahuel Amore

Saltar las fronteras y visitar otro país es, entre otras cosas, un test de autoevaluación de cómo vivimos. La comparación es inevitable, más aún si las diferencias son acentuadas. Pero, incluso, llegar a un destino con otro sistema interpela aún más y obliga a sacar cálculos que, quizá, no se reducen a guarismos. La subjetividad no deja de ser parte de la lectura, como cualquier viajero hace de su travesía una aventura propia.

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Aterrizar en Cuba y recorrer su capital, La Habana, es sin dudas una experiencia movilizadora que trasciende desde lo histórico hasta lo humano. La vida cotidiana está atravesada por una ideología de otrora que lentamente se deja vencer por el irrefrenable avance del capitalismo moderno y donde los habitantes transitan entre lo establecido, lo nuevo y lo residual, muchas veces sin alzar la voz. “En Cuba no se habla de política”, repiten, aunque muchos anhelen elegir sus representantes, alguna vez.

En ese terreno mixturado, los cubanos se reproducen y deben satisfacer sus necesidades, las más básicas. El tejido social se construye entre la omnipresencia determinante del Estado comunista y los vestigios que arriban cada vez con más fuerza desde el exterior, tanto en lo económico como en lo cultural. Sin embargo, lo que para ellos es vivir, para otros –como los argentinos– apenas rozaría la categoría de sobrevivir.

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Si bien los Castro ya no gobiernan desde abril de 2018 cuando Raúl dejó la Presidencia, la línea sucesoria bajo el mismo régimen llegó de la mano de Miguel Díaz Canel. En la calle reconocen que el primer presidente cubano nacido después de la Revolución de 1959 comenzó a aplicar algunas reformas; sin embargo, la frase que une a los coterráneos no difiere, palabras más, palabras menos: “El sistema es uno solo y los cambios no cambian nada”.

Salario

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A mediados del año pasado, ante una fuerte crisis, el primer mandatario subió el salario mínimo de 250 a 400 pesos en moneda nacional, lo que representa unos 16 dólares para “vivir”, teniendo en cuenta la conversión de 24 CUP por una moneda norteamericana. Además, este incremento arrastró al salario medio hacia los 1.067 pesos, es decir, unos 44 dólares. Dicho de otra manera, si se midiera en pesos argentinos, los cubanos sobreviven con la módica suma de $1.008 y un promedio de $2.772.

Por mes también reciben la histórica “libreta de racionamiento” –devenida en un mercado paralelo en negro–, pero que apenas les permite adquirir en las bodegas a precios subsidiados algunos alimentos seleccionados, como huevos, arroz, leche en polvo o café. No obstante, esto tampoco resulta suficiente y los obliga a liquidar su sueldo en más productos, que les termina quitando el ínfimo poder de compra de otros bienes y servicios, como la vestimenta.

Evidentemente, el dinero no alcanza y no hay cubano que no exprese su resignación por trabajar solamente para el Estado, incluso cuando lo hace en una empresa, que en su mayoría son administradas por el régimen o comparten las ganancias con los capitales extranjeros. Por esto, como lo haría cualquier argentino, deben buscar alternativas de ingreso, siempre en la economía informal, que se manifiesta a diario en las calles con vendedores ambulantes, artesanos y también estafadores de habanos, que los hay.

Turismo

A los argentinos, los vitorean, por el Che, Maradona, Messi y el Papa; por ser latinos, como a los peruanos o chilenos, los conversan, ríen y bailan; a los canadienses los aprecian y festejan, por sus propinas y su humor; a los norteamericanos no les ven la cara hace años, salvo algún pariente cubano devenido en yankee que trae ropa, celulares o dólares para sus parientes; a los europeos, depende: los italianos y portugueses les son amables, los alemanes resultan duros y estrictos, más que los ingleses, y a los rusos los aborrecen, por su maltrato y prepotencia. De igual modo, aclaran, “no hay que generalizar”.

El turismo da vida a la isla porque representa en una gran fuente de ingreso, no sólo por su historia, sino también por la belleza de sus playas, que atraen a millones por año. El Gobierno sabe de su importancia y por ello, además de crear una moneda especial convertible (1 CUC igual a 0,87 dólar), prioriza sus recursos –incluido su pueblo– para brindar a los visitantes seguridad y mejores servicios que los que les otorga a sus propios ciudadanos. Es, de hecho, el sector por el cual se habilitó hace ya varias décadas la llegada de inversiones extranjeras.

El turismo es también un respiro para los cubanos, porque les permite hacer esa diferencia económica necesaria para vivir. Los habitantes de los alrededores de Varadero o los Cayos del norte de Cuba –donde están instaladas las principales cadenas hoteleras– pueden, gracias a ello, superar los 40 dólares mensuales a los que está condenado el resto. Las propinas, los obsequios y ciertos accesos que paga el foráneo son los que les permite, por ejemplo, a una familia poder tener WiFi en su casa –con limitaciones– o comprarse cervezas para festejar –que les resulta más cara que el ron–.

Modos de vida

La salud y la educación son el fuerte de Cuba y nadie lo niega. Pero los contrastes respecto de las condiciones de vida socioambientales, como en todos los países, también existen. Los pueblos alejados, como Matanzas, armonizan una vida de trabajo, descanso y posiblemente un horizonte de expectativas, dentro del abanico de posibilidades con los que se formaron y conocen. En cambio, los centros urbanos amontonan a cientos y miles de familias sin la infraestructura y servicios básicos adecuados, donde la revolución pareciera haber olvidado a los propios.

La Habana, ligada al quehacer del Estado y su historia, conglomera en viejas casonas destruidas a dos o tres generaciones de familias subsumidas en la pobreza, cual conventillo porteño. Allí comparten alimentos, habitaciones con marañas de cables enredadas de conexiones inestables, tendederos de ropa al público y hasta el mismo olor pútrido de cloacas rebalsadas y el inconfundible aroma a gasolina que emanan viejos y pintorescos autos. La precariedad es impactante.

A pesar de ello, de día o de noche, los estrechos pasillos y calles prácticamente sin veredas ni iluminación son el punto de encuentro entre ellos mismos y también con los visitantes, que deambulan sin problemas. Afirman, con orgullo, tener la tasa más baja de criminalidad, al tiempo que agasajan con “paladares” a los turistas para que coman en sus casas mejor y más económico de lo que lo harían en un hotel o restaurante. La amabilidad es quizá la mayor virtud, además de su incansable diálogo y amplio derrotero cultural, que supera con holgura los 40 dólares por mes.

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