El éxito de la dictadura es la democracia que tenemos
25/03/2023
Por Luis Lafferriere, docente de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER).
La dictadura militar que se inició con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 fue impulsada por los sectores más concentrados del poder económico, y como parte de su proyecto dominante tenía como objetivo central refundar estructuralmente a la sociedad argentina, en función de sus mezquinos y voraces intereses. La feroz represión desatada contra el conjunto de los sectores populares fue la herramienta necesaria de disciplinamiento, para poder llevar a cabo las políticas económicas y sociales imprescindibles para arrasar con la estructura vigente hasta mediados de los años ’70, y poder imponer un nuevo modelo de país, neocolonial, concentrador y extranjerizado, extractivista depredador, de saqueo y corrupción.
Las bases de sustentación de ese viejo modelo que había puesto a la Argentina entre los países de menores desigualdades sociales, con una movilidad social ascendente generalizada, con bajísimas tasas de pobreza y desempleo, con grandes conquistas laborales, previsionales y educativas, se apoyaban en tres grandes pilares: la industrialización sustitutiva de importaciones, un mercado interno basado en salarios reales que con altibajos posibilitaban ingresos dignos para la gran mayoría, y un Estado que con sus políticas intervenía activamente a favor de la industria y el mercado interno.
Las políticas impuestas por Martínez de Hoz y sus sucesores en la cartera de economía, lograron quebrar las bases de sustentación del modelo vigente, con una brutal caída de los salarios desde abril del 76 de casi cuarenta puntos; con una reforma financiera que dejó el manejo del dinero en manos de la banca usurera (para beneficio central de los especuladores) y que legalizó la fuga de capitales al exterior; con una reforma tributaria regresiva que cargará sobre las espaldas de quienes menos tienen y menos ganan el peso de los impuestos; y con una apertura importadora que arrasó con la industria argentina como sector básico de la estructura económica, que era el sector más dinámico, con importante desarrollo tecnológico y con alta incidencia en la generación de empleos productivos genuinos.
Como la tarea de terminar con el viejo modelo y abrir las puertas para el nuevo no concluyó en 1983 con la dictadura, va a ser el peronismo durante la infame década del 90 que culminará con esa etapa de limpieza del terreno y sentará las bases para el despliegue del nuevo modelo. En esa última década del siglo XX se concretarán las privatizaciones de las más grandes empresas estatales, se desregulará la economía, se continuará con la fuga de capitales y el endeudamiento público, se firmarán acuerdos que entregan nuestra soberanía a los países imperialistas; pero a la vez se ampliarán las bases del nuevo modelo, con una legislación que promueve la megaminería depredadora a favor de las más grandes corporaciones internacionales, con la entrega de nuestros hidrocarburos y la venta de YPF, con la aprobación del paquete tecnológico de Monsanto para que pueda introducir y expandir la monoproducción de transgénicos con el uso masivo de agrotóxicos en todo el territorio nacional.
Economía argentina del siglo XXI
Superada la profunda crisis de cambio de siglo comenzará a desplegarse plenamente el nuevo modelo económico y social, mucho más elitista, excluyente y destructivo de sociedad y ambiente, que el que pudimos vivir hasta mediados de los años 70 del siglo anterior. Los gobiernos que siguieron, sin excepción, se ocuparon durante los años que llevamos de este siglo XXI de convalidar, consolidar y profundizar ese nuevo modelo. Modelo que deja a la mitad de la población argentina viviendo en la pobreza, aunque más grave aún con dos tercios de los menores sobreviviendo en esa situación, con los mayores apilados como sobrantes en el tacho de basura, y con la mitad de la población económicamente activa trabajando en la informalidad, sin derechos laborales y con salarios de hambre.
Hoy se ha profundiza el rumbo al abismo que impuso el proyecto dominante al conjunto de la sociedad argentina, garantizando con el hambre y el sacrificio de la mayoría el pago de una deuda fraudulenta e ilegítima que nunca existió pero que ya pagamos más de diez veces y que cada vez debemos más. Rumbo al abismo que se consolida con la promoción de actividades que destruyen ambiente y contaminan territorios (tierra, agua, aire), envenenando a las personas que son víctimas de esas actividades de producción-destrucción y que resisten cada día para frenar la destrucción y defender la vida.
Ha sido tan exitosa la dictadura como parte del proyecto dominante, que hoy hasta se ha cedido la gestión de las principales políticas públicas a la usura internacional vía el Fondo Monetario, cuyos representantes en el país tienen más poder que cualquiera de los tres poderes que establece nuestra constitución nacional, y para quienes lo último que les preocupa es el bienestar de los argentinos. Somos un país con apenas 46 millones de personas en un mundo donde viven más de ocho mil millones de seres humanos. Tenemos uno de los territorios más extensos de superficie y con recursos valiosos para generar alimentos para cientos de millones, con suelos, climas y fuentes primarias de energía que alcanzarían para abastecer a varias veces nuestra población. Pero la gran mayoría vive en la pobreza y cada vez estamos peor. Sin embargo, la única preocupación de la partidocracia se concentra en demostrarles a sus amos quiénes son más confiables para gestionar sus repudiables intereses.
El éxito mayor de la dictadura no fueron las decenas de miles de secuestrados, detenidos y desaparecidos, sino la imposición de esta sociedad en decadencia y desintegración, donde las cúpulas de los partidos mayoritarios actúan de manera sumisa para beneficiar a esa minoría voraz y saqueadora. Es incoherente que quienes critican la dictadura sean los que apoyan a estos gobiernos y a sus políticas. Por eso urge cambiar el rumbo, y por eso es importante hacer un correcto balance de lo que significó el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y la última dictadura militar, ya que los gobiernos que se vienen sucediendo están al servicio de quienes promovieron esa dictadura genocida, intereses dominantes que hoy siguen gobernando de la mano de políticos y políticas entreguistas. El rumbo que llevamos no es alternativa de nada, dejar que siga todo como está es renunciar al futuro. Los argentinos tenemos tareas urgentes que asumir, con la más amplia participación, con compromiso activo, para construir un país mejor para todos. Está visto con los años que llevamos de democracia que nadie nos regalará nada. Si aspiramos a una sociedad más equitativa, humana, solidaria, sustentable, debemos luchar para lograrlo.