Cuántas reservas debe haber en un banco central
13/07/2022

Por Sergio Dellepiane – Docente ///
La respuesta más general, y a la vez ambigua, que cualquier ciudadano podría dar al interrogante del título estará relacionada, muy probablemente, con una cuestión meramente numérica. Difícilmente coincidirían dos opiniones.

Sin embargo, cuando se indaga en los fundamentos que la ciencia económica ha ido construyendo a lo largo de su historia; antes de dar su veredicto, explicitará como prólogo una larga lista de condicionamientos a tener en cuenta.
Unos se relacionan con el régimen cambiario a adoptar; otros con el rol que debe desempeñar la institución como prestamista de última instancia; su independencia o no del gobierno central; su función como agente financiero del Estado y la potencia o “poder de fuego”, que debe conseguir y mantener en el tiempo, para ejercer eficazmente su ineludible tarea como barrera de contención ante, probables y posibles, desmadres inflacionarios; y algunos tecnicismos propios de su “saber hacer” y de su “deber ser”.

Opciones.
Ahora bien, cualquier economista con experiencia real, forzado a brindar su estimación numérica optará, sin dudarlo, por una cifra que se encuentre comprendida entre cero e infinito; lo cual tiene sentido, aunque generaría perplejidad en su interlocutor ya que, a la institución aludida, al no poder presentar quiebra en ningún momento de su historia pues fabrica su propia moneda, todo número propuesto le cabría adecuadamente.

Para brindar una respuesta responsable, lo primero que debe intentarse es, al menos mentalmente, separar el mercado de cambios de la función indelegable de todo banco central (B.C.) cual es conservar el valor (poder adquisitivo) de la moneda nacional.
Para el primer componente de esta dupla se precisa establecer si dicho mercado es uno liberalizado absolutamente o uno dependiente de condicionantes gubernamentales. Al considerar el segundo elemento, el análisis debe centrarse en el régimen cambiario elegido, es decir optar, para administrar la base monetaria, entre un tipo de cambio fijo, libre o flotante (controlado parcialmente).
Un mercado está liberalizado absolutamente cuando los participantes sólo precisan tener recursos suficientes para intervenir en él, en el momento y del modo que lo prefieran, sin limitaciones de cuantía ni de magnitud. En este caso, la cantidad de reservas que debiera poseer el B.C. es cero porque el valor y la cantidad transaccionada serán determinados por la oferta y demanda entre privados, sin movimiento alguno de las que pudiera poseer, para otros menesteres, la institución monetaria.
La moneda extranjera que se comercializa en la “calle” cotidianamente, satisface este primer análisis. (Que por otra parte es la única que consigue el ciudadano de a pie).
Volumen.
En el otro extremo, la cantidad necesaria de reservas que debiera poseer el B.C. será infinita si el gobernante de turno pretendiese ilusoriamente, mantener en el tiempo un tipo de cambio inferior al del equilibrio del mercado, fijado por la libre interacción de las partes interesadas. Esta intervención “oficial” exige, de suyo, la posesión de ingentes reservas ya que la demanda incremental le exigiría vender divisas de modo permanente.
Con las limitaciones propias de un producto con stock acotado, al no poder cumplir la promesa de precio bajo, solo queda restringir la oferta. Es en este momento cuando surgen diferentes brechas, segmentos y mercados, cada uno con su propio precio. Hecha la Ley…, cabe esperar la intervención de la creatividad (“viveza”) criolla. Nunca podrá ser de otro modo.
Decidir hacer del B.C. una dependencia más de la administración estatal, como su agente financiero, no pudiendo actuar libre e independientemente del poder de turno, lo entrampa en un enfoque meramente administrativo y dependiente de las necesidades del Tesoro nacional. La cuantía del déficit fiscal manifiesta la irresponsable actitud de quienes tienen la función de administrar el bien común. Los gobiernos transfieren parte de su deuda al B.C. y éste la incorpora, creatividad contable mediante, en un activo ficticio (deuda a cobrar), girando al tesoro, la suma equivalente en dinero real. Este cuento de la buena pipa no acaba nunca y genera los problemas con los que convivimos hace ya demasiado tiempo.
Para generalizar, podría sostenerse que la marcha de la economía nacional refleja la variación en las expectativas de quienes intervienen en ella. Toda decisión que tomen los agentes económicos estará basada en lo que se espera, como de ocurrencia más probable, en el futuro próximo. El B.C. debiera ser el organismo encargado de anclar y coordinar dichas expectativas, independientemente de las decisiones ideológicas de los inquilinos circunstanciales del poder.
Avatares.
Una de las razones por las que la economía argentina se ha mostrado, y sigue siendo, muy volátil radica en que en los 87 años de existencia del B.C., han sido designados 62 presidentes (hasta la publicación de este artículo). En promedio, cada uno ha durado en el cargo menos de 18 meses. Resulta a todas luces imposible anclar y coordinar expectativas racionales coherentes, cambiando tantas veces al encargado de llevar adelante la tarea, más aún si lo que predominan son decisiones interesadamente aviesas por sobre la maestría y el tacto requeridos.
Para lograr estabilizar la economía es condición necesaria más no suficiente, inversión de capital y trabajo. Sigue faltando un programa integrador que combine adecuadamente confianza, expectativas e incentivos. Desligar al B.C. de la responsabilidad de sostener al tesoro nacional es condición excluyente. Profesionalizar su conducción mucho más.
Independientemente del número que expresemos para dar respuesta al interrogante del inicio.
Cualquier otra cosa servirá por un tiempo, como hasta ahora; pero no sirve para crecer, progresar y desarrollarse como nación.
No es solo teoría. Es práctica.
“Todo Banco Central debe ser capaz de poner en práctica un plan de acción sin preocupaciones políticas de ningún tipo” – Ben Bernanke – Pte. Reserva Federal EE.UU. (2006 – 2014)