Del dicho al hecho

24/08/2021

Por Sergio Dellepiane – Docente //

“Lea el siguiente párrafo e indique: A) Nombre de/l/os autor/es. B) Nombre del Libro que lo incluye. C) Resuma el pensamiento que expresa”.

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Así comenzaba una de las evaluaciones de Historia de la Economía I que debí superar. Tiempos idos de estudiante universitario. Lo invito, haga Ud. el intento.

“La burguesía desde su advenimiento, apenas hace un siglo, ha creado fuerzas productivas más variadas y colosales que todas las generaciones pasadas tomadas en conjunto. La subyugación de las fuerzas naturales, las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la roturación de continentes enteros, la canalización de los ríos, las poblaciones surgiendo de la tierra como por encanto. ¿Qué siglo anterior había sospechado que semejantes fuerzas productivas durmieran en el seno del trabajo social?”

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¿Qué impresión le causó? Aquí las respuestas correctas. A) Karl Marx (1818 – 1883) y Friedrich Engels (1820 – 1895). B) “El Manifiesto Comunista” (24/02/1848). C) … (Su pensamiento)

Toda inteligencia desideologizada y libre de cualquier tipo de condicionamiento, podría concluir acertadamente, que tanto Marx como Engels fueron destacados admiradores de la potencia creadora del capitalismo que asomaba pujante para la época en que vivieron.

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Lo que no advirtieron quienes introdujeron en el léxico de la ciencia económica el término de “plusvalía” (capacidad propia y exclusiva del ser humano para producir más de lo estrictamente necesario a fin de sostener su propia subsistencia) fue; que la potencia creadora a la que aluden y describen con asombro, provenía de reglas no escritas del capitalismo originado en el cambio institucional ocurrido en la Inglaterra de fines del S. XVII. Hacia 1689 el absolutismo es reemplazado por una monarquía parlamentaria con poderes limitados.

Consolidación.

Al consolidarse la seguridad jurídica se abrieron las puertas para la Revolución Industrial que tanto deslumbró, por su pujanza, dinamismo y productividad, a los pensadores posteriores a dicho acontecimiento.

Un siglo más tarde, este marco institucional se fortalece y potencia con la proclama de la Constitución de los Estados Unidos, pues se asienta en dos pilares fundamentales e inamovibles hasta la actualidad: los derechos individuales y la división de poderes.

La Constitución de la Nación Argentina abreva en estos antecedentes, aunque en el imaginario colectivo actual aparezcan tambaleantes, frágiles y desprotegidos.

Al leer con detenimiento todo “El Manifiesto”, es posible advertir que el error más destacado en el que incurrieron sus autores, está en haber creído que la poderosa y arrolladora locomotora, generada y puesta en movimiento por el capitalismo, podía continuar su trayectoria avasallante aún, cuando sus seguidores arrojaran al maquinista por la ventana y lo reemplazaran por cualquiera de sus más acérrimos defensores (con o sin los conocimientos y habilidades requeridos para el desempeño mínimamente decoroso que la posición exige)

A casi dos siglos de su publicación es fácil comprobar que, sin propiedad privada, sin estado de derecho, sin respeto por las instituciones, sin seguridad jurídica y sin independencia de los poderes constitucionalmente consagrados; la locomotora sólo puede disminuir su marcha y alcanzar un empuje de lentitud exasperante. Únicamente se moverá a regañadientes, o con dedo índice levantado, o … a punta de fusil.

Al ausentarse, por negligencia o por desidia (o ambas a la vez), el horizonte de largo plazo que movilizaba tanto al maquinista como a los foguistas originarios; las oligarquías emergentes (políticos, sindicalistas y pseudo empresarios prebendarios) se adaptan velozmente al cortoplacismo imperante, en una sórdida lucha por permanecer aferrados a la máquina que detenta el poder. No importa quién, interesa sólo lo que pueda rapiñarse. Algo, lo que fuera será mejor que nada y antes que sea demasiado tarde.

En lugar de generar riqueza buscan aprovecharse del momento, donde el mercado es dominado temporariamente, por un estado insustancial pero opulento en apariencias (al poseer la exclusividad para la impresión de moneda de curso legal).

Méritos.

Cuando exhausta, y sin recursos genuinos, la locomotora se detiene; los incentivos para obtener beneficios legítimos junto a la meritocracia asociada al progreso personal y familiar y, por arrastre, de la sociedad en su conjunto, son expulsados del sistema.

Sacrificio, esfuerzo, contracción al estudio y al trabajo, responsabilidad y compromiso, resultan fácilmente intercambiados por dádivas insuficientes y discrecionales, que espantan, enlodan o incluso entierran, hasta las intenciones más heroicas.

Cuando los apropiadores del esfuerzo ajeno, verificando la existencia de un vacío aterrador, intentan poner en movimiento la maquinaria detenida, comprueban la imposibilidad de su epopeya por ausencia de estímulos y de iniciativa. Todos esperan que se les dé lo prometido, sin que nadie mueva un dedo.

De este modo, la utopía se vacía de contenido y sólo quedan testimonios que, apreciados desapasionadamente, aparentan brillar en lo profundo de un túnel oscuro, sin retorno y cuya salida no se alienta ya que ni siquiera se intenta encontrarla, por oponerse a los principios “manifiestos”, aunque sólo contengan ignorancia, dependencia, pobreza y marginalidad.

“Cosas veredes, amigo Sancho”

“La educación es la base por la cual se construye una sociedad. Sin educación, la sociedad verá gravemente mermadas sus capacidades” – Karl Marx – Das Kapital – 1867