Consenso interno: el pedido para 2019 de las entidades empresarias a los Reyes Magos
03/01/2019
Como si los problemas diarios no fueran suficientes, los hombres de negocios deberán resolver este año las diferencias e internas en sus asociaciones. Gustavo Sánchez Romero
Dilación en la cadena de pagos, caída de las ventas, altas tasas, barrera para acceder al crédito, reducción de personal, capacidad ociosa, exagerada carga impositiva, y algunas otras, no son todas las preocupaciones que tienen hoy día los empresarios entrerrianos. Al menos la mayoría de ellos.

Si bien es cierto que una buen parte consideran una carga la toma de responsabilidades en los máximos lugares de las comisiones directivas de las entidades empresarias que integran, su destino y quién las maneja no les va en saga.
Aunque parezca una humorada de mal gusto, en el fondo es una especie de “arremanguémonos y vayan”.

Es que para la gran mayoría atender sus propias empresas le exige tiempo completo y casi no disponen de resto para llevar adelante lo que suele ser un reticulado de fuerzas no concurrentes donde también juegan intereses, ambiciones y hasta espacios de poder.
Sin embargo, a más de 15 años de la fundación del Consejo Empresario de Entre Ríos y la Unión Industrial de Entre Ríos existe una consolidación de estos espacios que nacieron con el doble anclaje: generar ámbitos de debate interno para el sector privado y equilibrar el paralelogramo de fuerzas que por entonces tenía a la política, con perfil patriarcal y caudillesco, como principal actor por aquellos años.

Si algo ha logrado esta provincia en estas últimas décadas poner un poco de atención en la generación de instituciones modernas: el Consejo de la Magistratura, la evolución de sistema electoral o la organización de la sociedad civil con abierta participación son mojones destacables. Pero todavía hay largo camino por recorrer con una más firme voluntad para avanzar en este sentido.
Es que durante la gestión del kirchnerismo vernáculo quedó de manifiesto que la institucionalidad no fue un valor preponderante en nuestra sociedad, aturdidos por otros objetivos, que por otra parte siempre se corren como la línea de cal de una cancha de fútbol.
Aunque no se advierta meridianamente o cueste precisar tiempo y lugar, la evolución de la sociedad entrerriana tiene puntos altos y vale la pena dejar de lado el persistente pesimismo sobre Entre Ríos y abrigar alguna mirada menos agorera.
Pero –como decía Hegel- algo está sucediendo en los espíritus de los hombres que pueden amenazar este precario equilibrio logrado entre el sector público y el privado; concretamente habrá que decir que diferencias internas y cuestionamientos en los liderazgos amenazan con jaquear las grandes entidades empresarias de la provincia que las ponen vulnerables y la interpelan como interlocutor válido.
Su papel –como el del periodismo independiente que agoniza ineluctablemente- es clave en una sociedad moderna.
La experiencia de 2001 en la Argentina en general y en Entre Ríos en particular muestra la sensación de orfandad que tiene la población cuando no hay instituciones privadas fuertes e independientes. La emisión de cuasimonedas, por ejemplo, y sus aciagas consecuencias fue posible porque no hubo instituciones que pusieran corazón e ideas, y los nucleamientos profesionales se hicieron los distraídos, cuando no se fueron convirtiéndose en eslabones del negocio benal que los necesitaba.
Unión Industrial.
Con un cisma explícito, la entidad fabril entrerriana atraviesa la peor crisis institucional desde su fundación en el año 2003, de la mano de Héctor Motta y un puñado de empresarios de la provincia.
La fractura generada a mitad de año entre dos facciones que se denominó internamente como la brecha entre “Gerentes vs. Industriales” no cierra aún, y aunque se dieron algunos pasos para evitar el ostracismo desde ambos lados, la situación interna es de vulnerabilidad y las cuestiones personales con las institucionales se entersectan peligrosamente.
Con acusaciones cruzadas, las heridas tardan en cicatrizar y los orgullos dificultan una salida que pueda aglutinar los intereses de unos y otros. Con dirigentes que se están retirando –por edad, fin de su ciclo productivo o bien por obligaciones de sus propias compañías- la posición del presidente Leandro Garciandía no es la mejor, que hoy admite las dificultades y se ve a sí mismo como remando con un escarbadientes en un tarro de dulce de leche.
Sin embargo él asegura que se impone seguir trabajando, se sube a la ambulancia y camilla en mano quiere recoger los escurridizos heridos.
El empantanamiento demanda la necesidad de revisar las prioridades individuales y pensar que el estado de cosas pone a la institución en situación de incertidumbre arrastrando las decisiones institucionales, en el peor año de la economía en mucho tiempo.
Las fiestas navideñas y las vacaciones estivales parece haber puesto un paño frío sobre las cabezas de los dirigentes, pero es incierto el futuro en función de la imprevisibilidad del comportamiento de los actores.
Los “gerentes” parecen haber entrado en un sopor luego de evitar el acceso de Gabriel Bourdin, el titular de Petropack, a la presidencia de la entidad –cosa muy apreciada por los más importantes popes de la industria entrerriana- en una extraña asamblea convocada para debatir y luego votar “el perfil de quien debía ser el próximo titular de la UIER y donde en una reñida elección el por entonces presidente, Guillermo Müller, debió hacer uso de su condición y desempató con el voto de oro.
Con desprendimientos internos y alguna baja obligada, esta facción considera ese acto como un arrojo institucional y se ufanan de una épica que, según dicen, impidió “politizar la entidad”.
La política, entidad como la esquiva y ambivalente relación con el Estado, parece jugar con cartas marcadas en la mesa de la UIER que tiende a no comprender sus códigos: el paso de Héctor Motta por la función pública; la llamada “sinergia positiva” –una especie de engrudo con el urribarrismo- y ahora esta acusación de intentar convertirla en una plataforma de lanzamiento para algún dirigente no le han hecho ningún bien a la entidad.
Por su parte, los “industriales” han decidido meter violín en bolsa, apretar la gorra y con la cabeza entre las piernas asimilar el golpe recibido en aquella asamblea y evitar una ruptura final apoyando la figura de Leandro Garciandía –propuesto por los “gerentes”- a quien consideran una persona correcta que quedó entrampado en un intríngulis muy difícil de entender para quien no sigue los pormenores del culebrón todas las tardes por su canal amigo.
Los empresarios más importantes declaman –más allá de sus rabietas personales y malestar generalizado- que si no dan un paso en el sentido de la calidad institucional la entidad corre serio riesgo, ya que con la salida de dirigentes de la talla de Antonio Caramagna, Alfredo Sircovich y Guillermo Müller, la gestión de Garciandía flotará en las aguas de la indefinición y este tiempo perdido afectará el trabajo de 15 años.
Si bien los equipos de los departamentos técnicos siguen funcionando con la lógica y dinámica de siempre, la entidad parece divagar sin un norte claro, y todos comienzan a advertir la amenaza de no contar con un liderazgo fuerte que pueda afrontar la complejidad de la coyuntura.
En la cabeza de dirigentes de cómo Eduardo Tonutti, Raúl Marsó o Sergio Corso comienza a rodar la idea de una conducción colegiada que sostenga a Garciandía en su gestión y se piense seriamente en promover nuevos dirigentes y lograr un liderazgo de consenso cuando termine el director general de Saint Gobain.
La pelota parece estar hoy en el campo de lo emocional, y de la grandeza de sus dirigentes para resignar orgullos y plantearse un sentido estratégico dependerá el resto.
Sin ese consenso y un nuevo debate hacia futuro la UIER irá desgajándose indefectiblemente y una sombra muy pronto serás…
Consejo Empresario.
La entidad que fundaran en su momento dirigentes como Edmundo Muguruza y Silvia D´Agostino tampoco atraviesa momentos de cohesión. Aunque con un poco menos de visibilidad, las diferencias internas están a la orden del día y, si bien no llegan al río aún irán in crescendo a medida que se acerque el mes de abril, segmento en que deberá renovarse la comisión directiva.
La figura de Juan Diego Etchevehere, apoyada hace casi dos años por las principales espadas femeninas de la entidad, hoy parece desgastada al calor de su directa identificación con el partido de Mauricio Macri y el carácter de productor primario de su figura.
Todo esto sin perjuicio de los cuestionamientos por conductas, por acción u omisión, de su enmarañada naturaleza empresaria.
Con el mismo problema de ausencia de vocación de sus dirigentes a la hora de tomar las responsabilidades principales, Etchevehere materializa un perfil de dedicación casi exclusiva a la entidad y nadie cuestiona su capacidad de trabajo, actitud que lo llevó a la cabeza de la organización que nuclea un arco variopinto de importantes empresas entrerrianas.
Sin embargo, en su seno las disidencias avanzan. Los dirigentes que se opusieron a su ascenso inicialmente y que –si bien nunca perdieron este ojo crítico pero decidieron apoyar para sostener el perfil institucional- vuelven a insistir en la necesidad del recambio por una figura de mayor consenso; mientras que han nacido posiciones más extremas que consideran esta opción como irremediable para desplegar estrategias más independientes del poder central, donde el apellido Etchevehere tiene otro exponente en el más alto nivel.
Sin embargo, a pocas semanas del evento no emerge una figura de consenso que pueda dar por superada esta controversia.
La opción de la continuidad del joven dirigente significa para muchos una solución en este marco –ante ausencia de mejor opción- ya que pueden transferir el trabajo arduo de llevar adelante las decisiones de una institución como el CEER.
No obstante, en boca de importantes referentes del sector comienza a germinar la idea de promover a una importante industrial de personalidad fuerte, con los oropeles y capacidad visibles y de compromiso sostenido con la entidad, que bien podría hacerse cargo de los próximos dos años. Ella, hacia afuera, aún no ha dicho esta boca es mía, pero podría convertirse en una figura que podría traccionar a los desencantados y plantear una posición distante del gobierno sin generar la aversión que Etchevehere despierta hoy entre los hombres de Gustavo Bordet. Dicho sea de paso y nobleza obliga, este gobierno ha dado muestras de aspirar a relaciones modernas y simétricas con el empresariado, que en privado muestran conformidad con el estilo.
Con la mayoría de las empresas con los dos pies en el mercado interno, soportando el peso de la presión fiscal, las altas tasas, inflación y retracción económica; muchos reclaman también la imperiosa necesidad de tener posiciones políticas más contundentes ante Mauricio Macri, cosa que hoy no parece muy asequible.
El campo.
Las entidades del campo son las que mejor parecen entender esta compleja condición fundacional y avanzan con un norte más definido. Luego de recuperar hace varios años la Mesa de Enlace, definen sus estrategias con cuatro o cinco puntos de consenso y dejan las diferencias filosóficas en la puerta para comprender la naturaleza de su condición.
Quizá podrá argumentarse que la materialidad de las demandas son más tangibles; y es probable. Pero no debe ser fácil encontrar ejes de trabajo interno en un arco tan intrincado capaz de contener a quienes hacen eco del Grito del Alcorta hasta un puñado de nostálgicos que añoran procesos autocráticos.
Así y todo, avanzan en la conformación de una alianza que les permite sobrevivir en base a estos “consensos internos”, sin perjuicio de las propias diferencias que se cultivan al interior de cada entidad.
Quizá sea un buen ejemplo a mirar, y no estaría mal poner en los zapatitos dispuestos para Melchor, Gaspar y Baltasar una cartita con este pedido. “Queridos Reyes Magos…”
Los dirigentes empresarios quizá deban entender que no es el amor lo que los une, y apostar por directrices claras que logre cincharlos, a pesar de ellos mismos.
Quizá deban, también, correrse un metro de la rayuela que los tiene abstraídos y mirar los ojos de la sociedad que los ha convertido en un contrapoder; en una plataforma de expectativas silentes, inanimadas, inexpresivas, pero que encierran el reclamo por más democracia, equidad y apertura.
Creer que su acción comienza y termina en los límites de sus propios intereses, es un error que los asimila a los personajes de la Caverna de Platón.