Un sector sin autoestima
17/03/2021
Por Alejandro Di Palma, empresario, titular de Estaciones de Servicio Laurencena SA
Si vemos las cosas desde una perspectiva más amplia, somos un sector que ha perdido o nunca aspiró a poseer centralidad o importancia, y, como tal, sin poder de negociación.
Quizás sea ese el motivo por el cual hemos sido sistemáticamente objeto de arbitrariedades y hasta, a veces, de caprichos de las empresas petroleras como de ninguneos de parte de los distintos gobiernos, acciones que han terminado erosionado la red de estaciones de servicio, el eslabón más débil de la cadena de valor petrolera, sin siquiera haber provocado ninguna incomodidad en términos institucionales.
No hemos sido capaces, como sector, de encontrar poder ni siquiera en la legitimidad, integridad, compromiso, tolerancia o conocimiento de las necesidades propias. La persistencia, las habilidades de persuasión tanto como la capacidad de análisis, que son también formas de poder durante una negociación, han sido también grandes ausentes en el mérito de nuestra dirigencia y, como corolario, todo esto ha tenido un correlato fácil de interpretar, hemos rebotado entre distintas crisis con apenas el mínimo aliento para respirar.
Hoy la distancia que ha tomado la dirigencia del sector de las EE.SS., es la misma que la aleja de la realidad, una realidad que hoy nos duele.
Resultará altamente improbable alcanzar las ventas previas a la pandemia o sostener ventas tales que nos alejen del dominio de las pérdidas, es que los precios definidos unilateralmente por las empresas petroleras para los productos que ofrecemos, no tienen relación con la realidad que marca el bolsillo de nuestros clientes.
Sería ridículo, asimismo, esperar que nuestros actuales dirigentes puedan ayudar a exhibir las problemáticas que nos afligen. Están demasiado ocupados en hacer declaraciones simpáticas con los intereses de las petroleras y alejadas tanto de las realidades del sector como de los usuarios.
Durante muchos años su única preocupación fue el cobro compulsivo de una cuota que automáticamente los convertía en representantes, como si se tratara de la unción sagrada, es que a partir de ese momento eran elegidos para predicar la buena nueva y liberarse del lastre de los problemas mundanos del sector.
Una cuota que sostuvieron como compulsiva aun durante los peores meses de la cuarentena, una deuda que algunos no pagamos por considerarla un rechazo a ese abuso flagrante que viene en combo con la ilusión de haber sostenido el pleno empleo.
Condenados perpetuamente a vivir la realidad es que nosotros, los estacioneros, los comerciantes de barrio, no tenemos la menor alternativa de vivir una irrealidad, estamos condenados a perpetuidad a relacionarnos con la realidad que define el bolsillo de los usuarios (nuestros clientes), es ahí donde se separan los caminos entre nuestras necesidades y los discursos vacíos de nuestros sagrados dirigentes.
Seguramente esa actitud que hoy ya no podemos aceptar, es la misma a la que se acostumbraron nuestros dirigentes durante años de obsecuencia. Haber permitido que las petroleras ajusticien desvinculando a los operadores que señalaban acciones abusivas, políticas comerciales perversas, etc., no fue una acción digna, ni funcional, resultó ser una actitud cobarde y perversa. Ese fue el momento en el que los otros actores de la cadena de valor se convirtieron en nuestras Némesis.
La sola mención de nuestros problemas no era bien vista por las petroleras o por los sindicatos que agrupan a nuestros empleados, entonces los discursos se volvieron simplemente simpáticos a fin de evitar la confrontación. En ese preciso momento entramos en un camino sin retorno de pérdida de poder, de pérdida de autoestima, hasta el punto en que hoy casi ningún participante del sector considera posible alcanzar una ventaja, o torcer una sentencia dictada por los otros actores de la cadena de valor y es ahí donde ya no hay retorno. Sólo queda la decadencia y una existencia únicamente vinculada con la necesidad de los otros actores, los relevantes.