Columna de Victoria Giarrizzo y Dardo Ferrer, economistas y directores del Centro de Economía Regional y Experimental.
Como la fiebre en el paciente, los economistas suelen coinciden que la inflación es el síntoma del problema y no la enfermedad misma. Luego de varios años de persistencia en la economía argentina, pocas dudas quedan: la inflación es el síntoma oculto pero visible de un conjunto de problemas estructurales profundos. Sin embargo, en medicina es un conocimiento común, cualquier médico lo sabe, que cuando la fiebre del paciente se vuelve estable, el síntoma se convierte en problema y hay que bajarla de cualquier manera. La Argentina convive desde mediados de 2006 con tasas de inflación estables, pero muy altas.
Y la persistencia de ellas se convirtió en un obstáculo para alcanzar objetivos básicos de política económica.
A partir del año 2002, en la Argentina se desarrolló una política económica marcada por la consecución de superávit fiscales primarios, superávit comerciales externos, acumulación de reservas, menor endeudamiento externo, aumento de la demanda agregada y mayor monetización del sistema. Eso derivó en períodos de alto crecimiento conviviendo con períodos de inflación moderadamente alta. Visto de forma simple, la inflación en ese ciclo fue el costo de mantener una tasa de crecimiento acelerada, con creación de empleo y reacomodamiento de algunas variables económicas.
Era la consecuencia no deseada para obtener un objetivo primario de política económica. Porque difícil es devaluar sin que exista traspaso a precios internos, o crecer a tasas chinas sin que la demanda no presione sobre los precios… excepto en China. Pero la situación se modificó. Las condiciones macroeconómicas cambiaron, en parte porque los problemas que generaron la fiebre no fueron atendidos, y esa consecuencia no deseada, que es la inflación, está anulando objetivos primarios básicos.
Efectivamente, los actuales niveles de inflación están perjudicando a la mayoría de la población y amenazan el crecimiento. La economía está creciendo poco, convergiendo en un ciclo de subinversión y sobreconsumo. Y el desempleo está sobre un núcleo estructural, con el agravante de que la calidad del empleo muestra muchos puntos frágiles.
Ineludible
La política económica tiene que plantearse ineludiblemente en 2013 el desafío de bajar la inflación. Para ello no se necesitan planes, programas, fórmulas importadas ni recetas mágicas. Pero tampoco hay soluciones únicas. Su resolución va mucho más allá de la política monetaria y fiscal. La política económica debe generar condiciones básicas que, como mínimo, deberían contemplar diez acciones:
1. Sincerar los indicadores de inflación. Es indispensable para comprender la dimensión del problema, para unificar criterios, darle prolijidad y homogeneidad a las negociaciones. Los indicadores son siempre arbitrarios, pero la metodología oficial vigente no sirve para identificar problemas. Es un indicador inexacto e incompleto. No hay forma de bajar la inflación si se oculta el problema, o se lo deja librado a la percepción individual.
2. Establecer escenarios para la puja distributiva. Los distintos sectores económicos (el Estado, los trabajadores, los empresarios y las familias) no negocian, sino confrontan indirectamente y esto no permite legitimizar socialmente sus lógicas ambiciones. Se deben recrear y revitalizar instituciones, como ocurrió con las paritarias, para brindar un marco social a la puja distributiva.
3. Establecer metas anuales de inflación y sellar acuerdos entre Gobierno, empresarios, y sindicatos para negociar salarios y precios en función de esas metas. Esto no puede lograrse en un clima de confrontaciones y desconfianza de las mediciones oficiales (punto 1 y 2).
4. Realizar modificaciones tributarias básicas. Bajar el IVA para bienes esenciales y subirlo para bienes de lujo. Desgravar la reinversión de utilidades para fomentar la inversión productiva. Y reducir impuestos al trabajo. Existe un problema distributivo y una confrontación equivocada entre salarios y costo laboral. El problema hoy para las empresas no es el salario, sino su costo, es decir, lo que paga el empleador por cada asalariado.
5. Crear un mercado cambiario y volver a una política de tipo de cambio administrado. El dólar paralelo es formador de muchos precios de la economía y sostener un dólar oficial bajo pero inaccesible y un blue alto y liberado es perjudicial. La existencia de dos precios distintos es un signo de dos mercados distintos. Se deben crear las condiciones de un mercado regulado en el que se puedan formalizar las transacciones de acuerdo a declaraciones de ingresos.
6. Recuperar el dominio sobre la formación de la confianza y las expectativas. La confianza y las expectativas son variables de alta incidencia en la economía y las únicas que pueden devolver la credibilidad en la moneda local, indispensable para desalentar el ahorro en dólares y alentarlo en pesos.
7. Moderar la política monetaria para reducir principalmente la demanda de dólares. Que la inflación no es sólo un fenómeno monetario quedó evidenciado en 2007-2010, cuando el crecimiento de los agregados era más conservador y aun así la inflación superaba el 20% anual.
8. Darle mayor eficiencia al gasto público. Cuando se decide incrementar la participación del Estado en la economía, como se lo ha hecho en los últimos años como medida procíclica, es más que nunca imprescindible maximizar su eficiencia. Sin eso, la política fiscal expansiva se vuelve inflacionaria (sobre todo en ausencia de crecimiento) porque la economía queda empujada por exceso de consumo y no por inversión.
9. Reestablecer la confianza institucional. En el mercado siempre habrá especuladores y oportunistas que buscarán ventajas. Esos agentes se alimentan de los puntos débiles de los gobiernos. Pero si algo quedó en claro en el primer período del kirchnerismo, es que cuando hay confianza institucional su margen de acción automáticamente se anula.
10. Regular los mercados primarios de insumos, porque en ellosse registran altos niveles de concentración. Muchos de estos mercados, que son formadores de precios del resto de la economía, suelen estar dominados por empresarios en busca de grandes rentas.
Para combatir la inflación no se necesitan grandes programas, sino decisión. Pero nada es gratis. Cualquier política económica tiene costos. Y bajar la inflación tiene costos para el Gobierno, derivados de su menor disponibilidad de caja. El Gobierno deberá decidir. Sus costos son políticos…los beneficios son mayor ‘bienestar para todos’.
Fuente: El Economista