ENFOQUE

Dujovne: fin de ciclo y un legado muy complicado

Por Héctor Rubini – Instituto de Investigación en Ciencias Económicas USAL

La llegada de Dujovne al Ministerio de Hacienda ocurrió cuando el Gobierno optó por dividir el ministerio de Economía en Hacienda y Finanzas, pero hacia dentro y fuera del Gobierno era presentado como un “cuasiministro” de Economía. En 2015 y 2016 eran públicas sus opiniones sobre la urgencia de abandonar el llamado “modelo K”. Desde el inicio de su gestión se mostró totalmente alineado con el régimen de metas de inflación. También eran conocidas sus opiniones en línea con otros funcionarios que desde antes de diciembre de 2015 desdeñaban, sin sólida base teórica ni empírica, el impacto de las subas de tarifas y del dólar sobre la inflación.

La reactivación de su primer año de gestión le dio aire para impulsar una reforma tributaria bien intencionada, pero de poco alcance. Su energía estuvo acotada por los límites de la Jefatura de Gabinete, algo a lo que se ajustó desde su nombramiento.

En agosto de 2017 expresó en una extensa entrevista con Jorge Fontevecchia que “hay un gran ministro de Economía, que es el Presidente, es el que toma las decisiones junto con la Jefatura de Gabinete; el resto de los ministros interactuamos”.

Varias otras veces sostuvo que los ministros son secretarios del Presidente. Eso siempre sonó bien y le permitió evitar roces con el Jefe de Gabinete, pero es autolimitarse, erróneamente, a no ser mucho más que un mero cadete. Un ministro es otra cosa: define y establece reglas de juego, responsabilidades y oportunidades. Aceptar esa subordinación al Jefe de Gabinete no era garantía de coordinación ni de ejecutividad. Pero tampoco de credibilidad, ya que implica suponer que en todo momento el poder político del Presidente es suficiente para neutralizar inconsistencias técnicas y sus consecuencias económicas y electorales.

Etapas.

Su rol en el Gobierno tuvo dos etapas. La primera, hasta la crisis cambiaria del año pasado, en que su presencia como simbolizaba el triunfo de Peña sobre Alfonso Prat-Gay. El nuevo ministro se limitaba a no desentonar con ese nuevo “espíritu de época” (una suerte de Zeitgeist hegeliano) superador de todo “regreso al pasado”. Una retórica y posicionamiento político para justificar cambios de funcionarios y contratados en ministerios con un barniz discursivo de repudio al pasado kirchnerista. La creencia en el éxito de esa visión encegueció a la mayoría del oficialismo a partir del triunfo de Cambiemos en la elección de medio término de 2017. Lo relevante era el marketing, los focus groups, no las inconsistencias de las políticas macroeconómicas ni las advertencias de voces no oficialistas.

La corrida cambiaria de 2018 ese enfoque probó ser inútil y una traba para la toma de decisiones en tiempo y a tiempo. Se inició una segunda etapa en que Dujovne debió cargar con la negociación de la ayuda del FMI. La crisis de septiembre forzó al Presidente a “correr” al Jefe de Gabinete de la política económica, dejando a Dujovne como el hombre clave, a premiar en caso de éxito, o cargar con el costo político en caso de fracaso. Algo riesgoso, dado que se optó por un programa de ajuste del gasto público y de restricción de la liquidez en pesos para desalentar la demanda de dólares y asegurar la reelección del presidente Macri. Al contraer la demanda de bienes, sin baja de costos (además de extender las retenciones a las exportaciones a todo tipo de bienes y servicios), no podía más que agudizar la recesión, y con inflación en aumento.

El nuevo esquema entró en riesgo a partir de fines de febrero con presiones alcistas sobre el tipo de cambio y subas del riesgo país. El FMI aceptó varias flexibilizaciones hasta la revisión de junio pasado, pero las altas tasas de interés exacerbaron la dinámica de cierre de empresas, despidos y empobrecimiento general. Los logros en materia de obras públicas ejecutadas sin sospechas de corrupción, no compensaron el impacto de la inflación y de las altas tasas de interés sobre el bolsillo y las expectativas de la población. El programa se enmendó con medidas de control de precios desde mayo, suspensión de subas de tarifas hasta el año próximo y luego los anuncios de alivio parcial de la semana pasada. Meros parches parciales y tardíos, que carecen de lo básico: un plan coherente.

Crisis.

Las intenciones eran buenas y Dujovne no ha dejado lugar ni a la mínima sospecha de corrupción durante su gestión. En la peor de las crisis cambiarias que se recuerde puso el pecho para un ajuste del gasto primario que sus antecesores nunca iniciaron. Asumió los costos de un programa recesivo y procíclico, y siguió adelante. Pero fracasó la apuesta a un rebote de la actividad luego de la cosecha gruesa para revertir el descontento creciente del electorado. Con el catastrófico resultado de las PASO Dujovne debía irse. Los resultados mandan.

En su gestión de 31 meses y medio el IPC acumuló una suba estimada en poco más de 130%, los salarios de trabajadores registrados poco más de 100% y el dólar 271%. Medido en pesos de 2004, el PIB del 1er trimestre de este año era 3,8% inferior al del 4° trimestre de 2016 y 5,2% menor al del 4° trimestre de 2015. La derrota del Gobierno en las PASO reflejó el rechazo de la sociedad a una política recesiva, inflacionaria, y destructora de empleos y de riqueza.

El nuevo ministro Hernán Lacunza inicia un ciclo de 16 semanas hasta el 10 de diciembre arrancando con un riesgo país en torno de 1.900 puntos básicos, y un BCRA pagando 75% anual por las Leliq a siete días, síntoma inequívoco de “descontrol”, más bien que de “control” monetario y de las expectativas. El desafío político: lograr que el oficialismo revierta al menos en parte la catástrofe del 11 de agosto. En lo económico: revertir las renovadas dudas sobre el repago de la deuda pública, la liquidez y la solvencia de los bancos, y el sendero futuro del dólar y la inflación.

Complicado fin de otra década, inequívocamente perdida, sin estabilidad ni crecimiento. Algo que incuba cierta esperanza de que alguna vez se aplique un verdadero plan de estabilización, reformas estructurales y crecimiento. Caso contrario, vendrán días peores, y no sólo durante la próxima administración.

Fuente: El Economista

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