AL DÍA

En el imperio de la paradoja

Podríamos imaginarnos a Gustavo Bordet ahora frente al espejo preguntándose cómo pudo suceder que la peor derrota electoral del peronismo en la provincia haya caído a plomo sobre sus espaldas. Es difícil imaginarlo con una imagen reflejada que brinde alguna tranquilidad de que todo salió más o menos tal cual lo habría esperado. Gustavo Sánchez Romero / Dos Florines

Entendiendo que ningún dirigente de fuste no quiere perder ni a las bolitas, no puede menos que enfrentarse a cierta tribulación, especialmente porque los casi 15 puntos con que cambiemos se diferenció dos domingos atrás no hace más que obligarlo a surfear en un tsunami de incertidumbres, pero también de paradojas.

El gobernador se encuentra en este momento en un punto de inflexión, y lo sabe. De las decisiones que tome en este momento depende su futuro político. Sin embargo, frente al espejo, no puede entender cómo se encontró de golpe en medio de un gélido e inabarcable océano de paradojas.

 

Imagen.

La primera de ellas es que –según la mayoría de las encuestadoras- su imagen pública sigue siendo altísima. Como dirigente político supera sin despeinarse los 60 puntos. Sin embargo, su propuesta legislativa alcanzó los 36 puntos. La primera duda que lo corroe, se puede inferir, está dada por si este desenganche entre la estadística del marketing y la del sufragio sólo se explica por los parámetros que fija lo que alguna vez Hegel llamó el espíritu de época –la incontenible ola amarilla nacional- o si, como aventuraron Mario Moine y Augusto Alasino, a la explicación hay que buscarla intramuros.

El aparente desconcierto y la confusión inicial en el partido de gobierno permitiría ironizar afirmando que ni una cosa ni la otra; sino todo lo contrario. Pero ciertamente todos sabemos que el peronismo ha perdido toda capacidad de asombro con las décadas, y en compensación ha desarrollado un gran talento para la transfiguración.

La segunda gran paradoja, no menor, es que este gobernador es el más institucional de los líderes que tuvo la provincia, al menos desde la recuperación de la democracia. Lejos del estilo caudillesco de sus antecesores y sin la exégesis de la práctica clientelar le cuesta imponer su impronta en un peronismo acostumbrado al verticalismo, los debates escamoteados y las efigies inmortales enmarcadas detrás de cada escritorio de toda oficina pública.

La buena noticia, a pesar de todo, es que si el escenario de 2019 mantiene a Gustavo Bordet y Atilio Benedetti para la pelea de fondo, la provincia habrá dado un gran paso adelante en relación a este punto. Sin dudas que existen más intersecciones que diferencias en las formas que tienen ambos de abordar la política y construir liderazgo. Ciertamente, no deja de ser un consuelo de tontos para quienes han nacido para ejercer el poder. Y aunque para muchos es inconcebible, ya comienzan a conjugar en futuro cercano la opción de la alternancia. Bordet debe conjugar el verbo motivar.

 

Brecha.

En la cultura política de una provincia que interpela los procesos políticos y define a los actores, Bordet quedó lejos del vector que atravesó los ánimos antikirchneristas del momento y no pudo explicar que él era algo distinto, y que había lugar para una tercera vía en la ranura de la urna. Pero no hubo tu tía: la cosa pasó por estar a favor de Mauri o de Cristina, y los de afuera son de palo.

Ahora viene un tiempo nuevo donde el discurso deberá construirse desde otro lugar, y es posible que allí cuaje mejor. En esto se parece mucho a Miguel Liftchiz, el gobernador santafesino que advirtió tempranamente la naturaleza de la encrucijada, pero prefirió morir en la rebeldía de las botas puestas.

Pero craso error sería intentar interpretar los turbulentos procesos de la coyuntura con categorías del viejo peronismo. He allí la confusión generalizada y por eso el intríngulis no debe subestimarse, porque mientras lo que queda del peronismo se sacude las ropas, el macrismo ya puso quinta. Para el caso es aconsejable leer –aunque lo haga con dos dedos sobre la nariz- el último libro de Jaime Durán Barba: “La política del siglo XXI”. Mal que nos pese, el ecuatoriano acusa entender todo, y parece que escribe el diario del lunes sentado en pantuflas en su living con un café en la mano en la mañana del sábado.

En una carta publicada en su facebook y con un destinatario bien definido en su grupo militante aúlico –cada vez más reducido, por cierto- el ex gobernador Sergio Urribarri ensaya una explicación de los resultados donde incurre en reduccionismo y posa su mano sobre su frente para mirar a un horizonte lo más lejano posible, no sea cosa que haya que recurrir a la anquilosa práctica de la autocrítica.

“Ni en las PASO, ni en las generales, nuestro Gobernador logró provincializar la disputa. Ésta siguió siendo nacional. La gente votó en Entre Ríos con la cabeza puesta y con juicios de valor sobre lo que veía de la escena nacional y de la provincia de Buenos Aires”, prescribe el actual presidente de la Cámara de Diputados. Toda ola es un movimiento superficial en el mar pero es impulsada por una fuerza irrefrenable. La retórica en apariencias artificial y superficial de Cambiemos esconde una ley física que muchos dirigentes no parecen aún dispuestos a interpretar. Pero una sola pregunta sobreviene al auscultar el comportamiento de las listas que compitieron en las PASO: ¿Qué pasará en dos años si CFK decide mantenerse con Unidad Ciudadana y sus huestes provinciales deciden acompañarla en Entre Ríos?. Pero hablando de Urribarri, hay en este apellido otro anclaje no me menos paradojal.

 

Culpas.

Aparece un gran contrasentido en esta elección y sus consecuencias, y se centra en la figura de Mauro Urribarri.

Por el joven dirigente que intentó diferenciarse del estilo de su padre en su paso por el Ministerio de Gobierno, el gobernador tiene un aprecio personal y agradecimiento político. Fue él quien le ató los numerosos cabos sueltos de la interna que le permitieron tabicar el crecimiento de Adán Bahl y dibujó el mapa departamental que le permitió llegar al ser el candidato oficial sin internas y con un partido enfilado detrás. El peronismo viene descentrado de las expectativas de la gente y por eso perdió votos en las tres últimas elecciones, pero ya en la anterior se vaticinaba algo de lo que pasaría dos años después.

Mauro Urribarri no es el responsable de esta derrota, aunque expíen culpas propias colgándole el Sanbenito; y en todo caso su destino estaba prefigurado desde el primer día, y se ejecutó impiadoso sin que nadie se preguntara si estaba libre de pecados. Por asociación transitiva y errores propios, respuestas que nunca quiso dar públicamente ante la inquisitoria del periodismo y la sociedad, su nombre quedará asociado a una tragedia electoral provincial; pero no fue tanto ni tan poco.

No hay que olvidar, por imperio de la presunción, que en Cambiemos como en Somos Entre Ríos se prefiguraba que todo se definiría en Gualeguaychú –y no fue casual que los tres primeros candidatos de las fuerzas tuvieran origen en el sur provincial- y temas como la Ley de la Madera se convirtieron de pronto en el aleteo de una mariposa. Probablemente los resultados de Gualeguaychú se alineen a la visión de su padre, y esta ciudad confirmó que es la más porteña de todas las entrerrianas.  Esta tercera paradoja con el tiempo adquirirá más resonancia. Mauro Urribarri será recordado como el arquitecto que sentó las bases de un gobierno y el que activó su demolición, o al menos de la primera parte de él. Y todo en apenas 20 meses. Un gran récord.

 

Futuro.

La cuarta gran paradoja que enfrenta Bordet está dada por las decisiones que está tomando para reorientar la barca de su gestión como un piloto de tormentas y que lo obliga –como decía José Ingenieros- a templar en la piedra de la adversidad el filo de su daga.

Su estilo y personalidad están siendo puestos a pruebas en todo el peronismo. Hacia dentro del partido, luego de la resaca que dejó tremendo resultado, parece sobrevenir un extraño optimismo. Muchos dicen, intramuros, que la derrota sacará de la modorra a toda la estructura y que “los compañeros” comenzarán a movilizarse porque la puja por las concejalías, intendencias y los cargos intermedios está a la vuelta de la esquina y debe recuperarse el hambre por el único botín que vale la pena pelear: el poder.

Quizá esta lectura hizo el gobernador ante la decisión de los profusos y aún inciertos cambios en su gabinete.

Ante la disyuntiva de imponer caras nuevas y limpias  a la política –quizá como hubiese pedido la jugada que reclama la clase media- optó por fortalecer su gestión con nombres con ascendencia en la vida partidiaria, reconocida capacidad de gestión y distribución territorial, especialmente vinculados a Paraná, ciudad que merece una lectura especial sobre los resultados.

Es que sabe que a la vuelta de la esquina es sólo dos años, y el panorama es aciago.

De allí que les pide contrición a la gestión para revertir la expectativa general hacia 2019, y como un técnico de fútbol entiende que son los pibes los que ganan los partidos, pero que a los campeonatos los ganan los viejos.

Se juega a todo o nada. Y la paradoja reside en que quizá pensó que la elección de medio término debió darle la opción de iniciar un segundo tramo de su gestión con un gobierno de impronta diferenciadora, renovación política y con un estilo más institucional. Sin embargo debe apostar a recomponer los tejidos internos de un partido con la piel cuarteada y apuntalando el gabinete con equilibrio interno y viejos conocidos.

El análisis publicado por Sergio Urribarri en su carta mucho no lo ayuda. Dice que “la fuerza movilizadora anti-peronista fue mayor que la del 2008, porque en aquel entonces, para gran parte de los argentinos, aún el PJ era certeza de gobierno por dos años más a nivel nacional. Hoy no lo somos, el partido ha quedado relegado a las peleas, a la desorientación y a los problemas internos que sobrevinieron después del 2015”. Es dable destacar que, afortunadamente, el ex gobernador no necesita por ahora asistir a ningún profesional de la psicología para abordar problemas en su autoestima. Enhorabuena. No sólo que descarta cualquier mínima posibilidad de responsabilidad en los resultados electorales, sino que directamente asegura que a la gestión kirchnerista le sobrevino poco menos que el caos.

En cualquiera de los dos casos –con un escenario actual más o menos advertido o más o menos construido- la coyuntura electoral lo puso en medio de un imperio de paradojas inéditas en la provincia y que le acotan el margen de decisión.

La próxima gran decisión que tiene por delante es cómo se ubica frente al paquete de proyectos (tributario, laboral y previsional) que lanzó el Gobierno de Macri pensando en el posicionamiento de su imagen a futuro y en el necesario financiamiento de la gestión provincial. Pero no podrá desconocer las demandas internas del partido y lo que reclama la sociedad. El espejo le devuelve esta imagen de una nueva gran paradoja, que quizá se le haya atravesado tan sorpresiva como inmerecidamente en su camino.

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